New York Shitty
Germán Sánchez Espeso
El Tercer Nombre,
Madrid, 2004
348 págs., 18 euros
Pese a situarnos en Nueva York, Sánchez Espeso retoma unos referentes
peculiares de cierta narrativa española, la que se ocupa del esperpento, la de
Valle Inclán y Pedro Almodóvar. La cuestión que debe resolverse es qué ocurre
cuando ese planteamiento se traslada a una urbe en que las dimensiones no son
humanas, y que aquí se soluciona inflando hasta lo caricaturesco las magnitudes
obscenas y anales de los personajes y la acción. New York Shitty es una novela
desvergonzada, chistosa y que transcurre a toda pastilla, sin permitir
descansos para cosas tan necesarias como la belleza. Con la apariencia de una
gamberrada, con el estilo de la novela negra de serie B en la que la voz del
narrador es la de un matón barato, presenciamos una cadena de sucesos impíos en
la que los protagonistas pasan a segundo plano, dejando que los dueños de la
novela sean las hemorroides, las erecciones, la pornografía que se oye o los
artículos chocantes de las sex shops. Los hombres son priápicos, las mujeres
ninfómanas y todos padecen problemas de incontinencia por culpa de alguno de
los agujeros por los que se segregan sustancias desagradables que produce
nuestro organismo. No se respeta ni a los muertos, ni a los niños ni a los
animales (cuyo principal atributo es que cagan). Ni se respeta la vida que es
algo así como el remolino del desagüe del fregadero.
Esta comedia, a veces solamente sensacionalista, se organiza atendiendo, en la
mayoría de los capítulos, a lo que hace un personaje del grupo cerrado de
figuras, lo cual provoca una sensación de teatralidad que impide hacernos
creíble la historia. La estructura de eslabones permite a la casualidad de los
encuentros hacerse ama y señora de las calles, pues en una ciudad tan grande no
hay lugar para que la gente se conozca. De hecho, ni siquiera se folla en la
cama sino allí donde coincidan los personajes. Sánchez Espeso apuesta por una
insegura combinación de sarcasmo y decadencia, sin salir del todo bien librado:
podría haber algo más que entretenimiento empaquetado en esta novela, podría
traslucirse algo de elogio o denuncia dado que Nueva York es el paradigma de
las ciudades occidentales. Pero, ¿puede un narrador que es un viejo verde ser crítico?,
¿no recurrirá al ingenio, al sarcasmo o al cinismo, apuntando que hay algo
corruptamente atractivo en la juerga utilizada para describir la sociedad? ¿Y
por qué no proponer alternativas? ¿Acaso esto se deba a que otras opciones no
existen? Así pues, riámonos de un Nueva York imposibilitado para superar la
fase anal.
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