Mara Kogoj
Kevin
Vennemann
Traducción
de Carmen Gauger
Pre-textos,
2012
226
páginas
Miente, memoria
En el año
2008 la editorial Pre-textos se atrevió a publicar una valiente obra de un
joven autor alemán: Cerca de Jedenew.
Se trató de la puesta de largo de Kevin Vennemann (Dorsten–Westfalia, 1977) en
las librerías de nuestro país, una exquisita aparición, un texto tan demoledor
como sabio en el que la Shoah aparece como el caos a través de los ojos de la
infancia, para azotar al lector con la terrible sensación del miedo. Ya
entonces se podría hablar de un estilista que rozaba la altura de Thomas
Bernhard, comparación que vuelve a traerse a colación durante la lectura de Mara Kogoj, o, para ser exactos, de la
compleja y bien resuelta traducción que Carmen Gauer hace de la obra. Y al
igual que en la obra del gran escritor austriaco, aquí, y de nuevo en Mara Kogoj, aparece el tema de la lucha
por mantener candente la presencia del pasado. Aunque en esta ocasión, al ardor
cabe añadirle la honestidad. Porque el relato del pasado debe ser honesto,
justo, aunque el sentido de justicia que impera en esta novela vacila entre el
ajuste de cuentas y la comprensible armonía. Porque si en Cerca de Jedenew los protagonistas se veían obligados a aprender
cuándo callarse y cuándo esconderse, aquí, ya adultos, se ven empujados a dar
la cara y soltar sus verdades. Y si antes la pérdida de la cordura mantenía
tensa la prosa de Vennemann, ahora es la necesidad de recuperarla, la lucha por
no volverse loco, quien manda sobre la potencia del texto.
La
situación con la que arranca esta obra compleja, de difícil lectura, exigente y
un tanto febril, debió de producirse con frecuencia durante los años en que se
intentaron cerrar heridas promoviendo dos cosas: el ajusticiamiento de los
asesinos y las revelaciones de los relatos. Pfluger es un antiguo combatiente,
al parecer un hombre de gatillo fácil, responsable de alguna matanza durante la
guerra partisana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Dos personas se
encargan de entrevistarle a lo largo del año previo a su juicio: Tone Lebonja y
Mara Kogoj. En un principio, un Pfluger arbitrario y tozudo narra los hechos
arremetiendo contra la propia narración al llenarla de interpretaciones
patrióticas y alegatos nacionalistas que incluyen el odio a los eslovenos.
Hasta que Mara Kogoj, una mujer en la sombra, se decide a expresar su propio
relato. En ese instante, el ambiente de la obra pasa de una situación general
con digresiones, a poner nombres y caras a las tragedias. Ya no se trata de historias
y estadísticas, ahora se trata de nosotros.
En la
novela se alternan las voces en una suerte de técnica que refleja la
esquizofrenia: existe una libertad sonora y gramatical, una ruptura de sintaxis,
unos cuantos experimentos formales, que llegan a incluir, en ocasiones, los dos
puntos como ruptura a modo de encabalgamiento dentro de la prosa, con el fin de
incrementar la sensación de drama: no se puede salir de las tragedias a toda
velocidad para evitar mancharse. De hecho, eso es lo que se ha pretendido
imponer durante décadas. De ahí que autores como Vennemann traten de
reconciliarnos con el relato del pasado, ya que con el pasado es imposible
reconciliarse: “dejará sueltas ignominias supuestamente pasadas (…) las
retendrá siempre y, por la persistencia de las palabras, las hará de nuevo
posibles (…). Mientras el lenguaje no cambie y la mirada, excepcionalmente
retrospectiva, no vea otra cosa que siempre a sí misma…”. Esa es la lucha a la
que se lanza Mara, la de poner orden para resolver culpas.
Gran
parte de la novela está entrelazada con los hechos de la entrevista, hechos
que, en buena medida, son pensamientos de los protagonistas, interpretaciones
sobre la situación. Estas interrupciones evitan que la obra cobre un ritmo
narrativo clásico, al tiempo que nos dan digeridas reflexiones que habrían
resultado más eficaces si hubiera sido el lector quien las dedujera. Aunque en
último término, todas ellas forman parte de una obra cuya principal intención
es recordar que al final, al final de la novela o de la vida o de la historia,
estamos deseando encontrar el descanso.
Fuente: Quimera
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