viernes, 27 de octubre de 2017

MARA KOGOJ

Mara Kogoj
Kevin Vennemann
Traducción de Carmen Gauger
Pre-textos, 2012
226 páginas

Miente, memoria

En el año 2008 la editorial Pre-textos se atrevió a publicar una valiente obra de un joven autor alemán: Cerca de Jedenew. Se trató de la puesta de largo de Kevin Vennemann (Dorsten–Westfalia, 1977) en las librerías de nuestro país, una exquisita aparición, un texto tan demoledor como sabio en el que la Shoah aparece como el caos a través de los ojos de la infancia, para azotar al lector con la terrible sensación del miedo. Ya entonces se podría hablar de un estilista que rozaba la altura de Thomas Bernhard, comparación que vuelve a traerse a colación durante la lectura de Mara Kogoj, o, para ser exactos, de la compleja y bien resuelta traducción que Carmen Gauer hace de la obra. Y al igual que en la obra del gran escritor austriaco, aquí, y de nuevo en Mara Kogoj, aparece el tema de la lucha por mantener candente la presencia del pasado. Aunque en esta ocasión, al ardor cabe añadirle la honestidad. Porque el relato del pasado debe ser honesto, justo, aunque el sentido de justicia que impera en esta novela vacila entre el ajuste de cuentas y la comprensible armonía. Porque si en Cerca de Jedenew los protagonistas se veían obligados a aprender cuándo callarse y cuándo esconderse, aquí, ya adultos, se ven empujados a dar la cara y soltar sus verdades. Y si antes la pérdida de la cordura mantenía tensa la prosa de Vennemann, ahora es la necesidad de recuperarla, la lucha por no volverse loco, quien manda sobre la potencia del texto.
La situación con la que arranca esta obra compleja, de difícil lectura, exigente y un tanto febril, debió de producirse con frecuencia durante los años en que se intentaron cerrar heridas promoviendo dos cosas: el ajusticiamiento de los asesinos y las revelaciones de los relatos. Pfluger es un antiguo combatiente, al parecer un hombre de gatillo fácil, responsable de alguna matanza durante la guerra partisana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Dos personas se encargan de entrevistarle a lo largo del año previo a su juicio: Tone Lebonja y Mara Kogoj. En un principio, un Pfluger arbitrario y tozudo narra los hechos arremetiendo contra la propia narración al llenarla de interpretaciones patrióticas y alegatos nacionalistas que incluyen el odio a los eslovenos. Hasta que Mara Kogoj, una mujer en la sombra, se decide a expresar su propio relato. En ese instante, el ambiente de la obra pasa de una situación general con digresiones, a poner nombres y caras a las tragedias. Ya no se trata de historias y estadísticas, ahora se trata de nosotros.
En la novela se alternan las voces en una suerte de técnica que refleja la esquizofrenia: existe una libertad sonora y gramatical, una ruptura de sintaxis, unos cuantos experimentos formales, que llegan a incluir, en ocasiones, los dos puntos como ruptura a modo de encabalgamiento dentro de la prosa, con el fin de incrementar la sensación de drama: no se puede salir de las tragedias a toda velocidad para evitar mancharse. De hecho, eso es lo que se ha pretendido imponer durante décadas. De ahí que autores como Vennemann traten de reconciliarnos con el relato del pasado, ya que con el pasado es imposible reconciliarse: “dejará sueltas ignominias supuestamente pasadas (…) las retendrá siempre y, por la persistencia de las palabras, las hará de nuevo posibles (…). Mientras el lenguaje no cambie y la mirada, excepcionalmente retrospectiva, no vea otra cosa que siempre a sí misma…”. Esa es la lucha a la que se lanza Mara, la de poner orden para resolver culpas.
Gran parte de la novela está entrelazada con los hechos de la entrevista, hechos que, en buena medida, son pensamientos de los protagonistas, interpretaciones sobre la situación. Estas interrupciones evitan que la obra cobre un ritmo narrativo clásico, al tiempo que nos dan digeridas reflexiones que habrían resultado más eficaces si hubiera sido el lector quien las dedujera. Aunque en último término, todas ellas forman parte de una obra cuya principal intención es recordar que al final, al final de la novela o de la vida o de la historia, estamos deseando encontrar el descanso.


Fuente: Quimera

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