Un día en la vida de una mujer
sonriente
Margaret
Drabble
Traducción
de Miguel Ros González
Impedimenta
Madrid,
2017
281
páginas
En
trece relatos, escritos a lo largo de treinta y tantos años, Margaret Drabble
(Sheffield, 1939) engarza toda la historia de la literatura británica, que es
tanto como decir toda Gran Bretaña y toda la literatura de la historia
universal. Este volumen es una maravilla. Comienza con una joven imitando a
Chejov y termina con la poesía como patrimonio universal. Y a lo largo de tanto
tiempo, la mujer, protagonista de la mayor parte de los relatos, conserva su
lugar, o deberíamos decir su lugar común, su tópico, en la sociedad de corte y
confección en la que habita Drabble. Hay un aspecto costumbrista, pero que en
realidad es un reflejo de la realidad, y un sentido de que lo que está
sucediendo en un escenario limitado es lo que podría estar sucediendo en
cualquier lugar. En ese aspecto, Inglaterra es Yoknapatawpha, pero también es
la Rusia de Guerra y paz. La
evolución, de hecho, es en esa dirección. Al mismo tiempo, Drabble sabe que la
literatura evoluciona, y, sin que apenas percibamos el cambio, porque siempre
mantiene como lo más efectivo e importante en cada texto cómo nos atendemos los
unos a los otros, evoluciona, se actualiza, se regenera, aprende. Mira a las
calles de las ciudades inglesas, pero mira también a Europa. Y termina por
mirar a la Europa contaminada por Estados Unidos. Pero siempre mira, siempre es
consciente de que lo que ella tiene que reflejar es literatura.
Y
es en ese sentido en el que atiende a los vínculos, que pueden ser momentáneos
o durar hasta la muerte. Los gestos hacia los demás nos delatan. Son ellos los
que nos hacen ser buena gente, porque tenemos siempre la oportunidad de elegir.
Nada hay tan valioso, pues, como la amistad, incluida la de abrir la puerta a
un desconocido. Y también está presente el paradigma máximo de la amistad, que
es el matrimonio. Pero en este aspecto, Drabble se plantea la deformación del
concepto. Matrimonio tiene la misma raíz que maternidad. Así pues, la relación
amorosa y la filial, también se miden y crecen, o se deforman, en los gestos y
en los momentos críticos. Para resolver estas etapas, en alguno de los relatos
los protagonistas se plantean vivir como en un cuadro de Constable. Pero ese
intento de relación bucólica termina con topar con su contrario, que es el
expresionismo.
¿Qué
es lo que permanece? ¿Cuál es el bien que creó la humanidad? Para Drabble es la
memoria y su sinónimo, que es la poesía. No es posible la una sin la otra. De
hecho, como confiesa en su último relato, convertir a la poesía en un currículo
académico es maltratarla, y con ella maltratar la historia universal. Ese
intento de protegerla declarándola Patrimonio de la Humanidad es una lima que
desgastará los barrotes de nuestra celda de bienestar, que es la memoria, que
es la poesía. Ella es la que salva al matrimonio que durante un viaje de bodas
por Marruecos se desgasta en prejuicios, hasta que abandonan los circuitos
turísticos, como sucede en el primer relato. El gesto es paralelo al de la
reivindicación de la maestra del último, incapaz de luchar contra la atribución
académica de la poesía, que hace a los estudiantes reír frente a los versos de
Coleridge, en lugar de emocionarse. Para Drabble, no merece la pena sufrir, y
se crean demasiados prejuicios que facilitan el sufrimiento. Pero, al igual que
expresó Buda, sufrir es una opción. A sus personajes les cabe la alternativa de
no elegirla. Esa mujer que se obsesiona con sentirse sexy para seducir, en el
relato Una historia de éxito, es un
buen ejemplo de a qué nos referimos, pues inevitablemente, comienza y termina
por sentirse mal, muy mal. Y no se olvida de que la naturaleza no exige prisas,
la mujer no ser maltratada, la aristocracia europea decadencia y el tesoro de
la felicidad recordar el instante divino. Porque al final, por delante nos
quedará, como a la vieja profesora, la vejez, la enfermedad y la soledad, males
de los que nos salva una buena velada tras un día en el campo y unos versos de
Coleridge.
Fuente: Culturamas
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