El extraño del bosque.
La extraordinaria historia del último ermitaño
Michael Finkel
Traducción de Ana Flecha Marco
Lince Ediciones
Barcelona, 2017
250 páginas
Frente a una buena historia, cuando uno no sabe si posee el suficiente talento, debe seguir el sencillo método de no cometer errores. Ese es el caso del periodista Michael Finkel, decidido a relatar la historia de un tipo que un día, contando veinte años, se le ocurrió internarse en los bosques y las montañas del noreste de Estados Unidos, donde vivió casi tres décadas sin que nadie supiera nada de él. La gente que habitaba cabañas cerca del lago, residencias de verano, sabían de un ladrón que entraba para hacerse con unos pantalones o unas velas, con latas de atún o con una bombona de gas. Pero desconocían siquiera si era el mismo ladrón el que les robaba.
Una vez que el tipo comete un error y es puesto en manos de la policía, Finkel se propone conocer todos los entresijos de la historia, lo que hubo antes y lo que sucedió durante, así como intentar descubrir quién es, en realidad, ese solitario. En la traducción se utiliza la palabra ermitaño, un término al que nos atenemos por ciertas convenciones, y porque en medio del bosque, en una finca privada, en un enclave donde nadie alcanza, el tipo erige su ermita particular. Se trata de un campamento compuesto por una tienda de campaña, cubierta por plásticos, con su sistema de cocina, de reciclaje de residuos, de almacenamiento y sus letrinas. Apenas unos metros cuadrados donde hizo su vida este ermitaño cuya ermita, nos preguntamos, a qué dios está consagrada.
A lo largo del libro Finkel narra tanto la historia de Christopher Knigth, que es como se llama el ermitaño, como la de su investigación. Incluida parte de las conversaciones que mantuvo con él en prisión. Escueto, magnético y misántropo hasta la médula, Christopher no consiente una vocal mal proferida en su interlocutor. Con lo cual la historia precisa de otros agentes para completarla, de cualquiera que le pueda ofrecer un dato sobre él, aunque sea haber visto una sombra por la noche. Así pues, la imposibilidad de descifrar la psicología del personaje será la obsesión de Finkel, como es la convicción de que resulta imposible sobrevivir a tantos inviernos en los duros bosques del norte. Christopher, por ejemplo, se ríe de Thoreau, pues su cabaña estaba a apenas unos kilómetros de Condor, su ciudad natal, a la que bajaba casi a diario para comer a mesa puesta. Christopher es, de hecho y puramente de hecho, lo que Thoreau pretende reflejar en Walden.Pero es imposible no desmitificar, tanto como no elegir el mito frente a la realidad.
Christopher es un tipo obsesivo, trastornado, un suicida social, un hombre que no piensa ni pretende pensar, que oye porque está convencido de que el silencio desarrolla la inteligencia. En cualquier caso, el oído le ha sido más útil que la vista para desarrollar herramientas de supervivencia en el bosque. La improbabilidad de que nadie resuelva el caso radica en que nos valemos de las herramientas de la civilización, frente a alguien capaz de vivir sin ningún afecto por la civilización. De hecho, ni siquiera resolvemos si se trata del caso de un alma profunda o de un cuerpo prosaico. Eso sí, exploramos los límites de lo físico y lo mental, que están mucho más allá de lo que creíamos. Pero la pregunta final sigue quedando sin respuesta. Frente a la locura o la ruptura con los grilletes sociales, ¿cuándo y cómo es uno libre?
Fuente: Culturamas
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