El alma de las marionetas
John
Gray
Traducción
de Carme Camps
Sexto
Piso
Madrid,
2015
143
páginas
La
libertad es un relato
En
un tiempo en que se invoca a dioses creados por la propia imaginación, como
aquél que nos libró un día del alcohol, pero nos juntó las cejas, o aquel que
gobierna la siembra y la venganza como sinónimo de justicia, o ese otro tan
frecuente que se asemeja al olvido, John Gray (Inglaterra, 1948), se atreve a
retomar el tema que define al hombre como ser: la libertad. El título de este
ensayo, tan deslumbrante como balsámico, no es ninguna casualidad: difícilmente
podemos hablar de libertad si alguien mueve nuestros hilos; y difícilmente
podemos entender que la sensación de libertad se engendre y eche raíces en otro
lugar que no equivalga a lo que podríamos llamar, a falta de otro término menos
universal, alma. ¿Sería posible una sensación de libertad en una marioneta que,
paradójicamente, al tiempo de no ser dueña de sus movimientos no está sujeta a
la tiranía de la gravedad? ¿Sería posible que la libertad fuera una idea y no
un sentimiento? De hecho, de tratarse de
un sentimiento, a la fuerza la libertad debería ser interior y erradicarse en
otras células que no son únicamente las del cerebro. Deberíamos, pues, aceptar
que la libertad más auténtica surge del hecho de ignorar. Una vez ganada esa
conciencia, la mente nos proporcionará el resto de lo que necesitemos. Si
existiera un tipo de dios, cualquiera, moviendo los hilos, ganaríamos la
libertad, a juicio de John Gray, al no pretender ascender a los cielos. Muerta
la codicia, la libertad queda a ras de tierra.
A
lo largo del ensayo, John Gray se vale de un punto de inflexión clave en la
historia del pensamiento, como fue el paso del gnosticismo al cristianismo,
para cotejarlo con etapas posteriores de la historia de la ética o con el
momento actual, donde el cientifismo sustituye a la devoción por deidades. El
otro punto fuerte de sus hipótesis bebe de la literatura, igualando a Kleist
con Hobbes, a Philip K. Dick con Sócrates, sin ningún rubor. De hecho, la
ciencia ficción sirve a Gray para tratar sobre las versiones subversivas o
divergentes del pensamiento dominante, que sigue siendo cristiano, así como a
las aproximaciones sobre la dirección moral que está tomando el planeta. ¿Dónde
coloca a Dios o al destino esta deriva en la que se pretende crear una
humanidad superior con ayuda de la ciencia, dándole un objetivo? En realidad,
quienes poseen tal fe son a su vez empujados por la energía sin objeto de la
materia que estudian. Son también marionetas. La figura de la marioneta se
coteja con frecuencia con el mito de Pigmalión y cualquier otro de los mitos
equivalentes de otras culturas, como el Golem. Y con frecuencia la iguala a la
de las bestias que carecen de razonamiento, ajenas a la maldición del
pensamiento sobre ellas mismas y por tanto más libres que el hombre.
Gray
partirá de la convicción de que en el pensamiento moderno la libertad es la
relación entre seres humanos, y que ojalá suponga eliminar todo conflicto;
decidir cómo vivir, que es propio del hombre, genera inquietud. Esta idea lleva
a Gray a estudiar como ejemplo la cultura azteca, en la que la libertad y la
violencia eran las dos únicas piezas del puzle de la convivencia, que
inevitablemente ser repite. Así mismo, reconoce el frágil derecho al delirio
reivindicado por los románticos, y estudia, con cierto desagrado, el modelo
matemático de conducta humana que cautivó a los economistas y que ha supuesto,
entre otras cosas, exportar la violencia: trasladarla de los países
occidentales a los territorios empobrecidos. Merece, y mucho, la pena leer este
ensayo despacio, escrito por alguien que busca no la inteligencia, sino la
sabiduría. Valgan como ejemplo estas frases previas a sus conclusiones: “La
libertad entre los humanos no es un estado humano natural. Lo es la práctica de
no interferencia mutua, una rara habilidad que se aprende lentamente y se
olvida rápidamente”.
Fuente: Quimera
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