El contagio
Walter
Siti
Traducción
de Carlos Vitale
Entreambos
Barcelona,
2017
330
páginas
Este
es un concepto bastante peculiar del amor: unirse en coito a un travesti para
que las partes de la vida encajen y se peguen, tras estar siempre separadas, y
sentir así el afecto honesto y el impulso transgresor. O este otro: amarse para
protegerse de los ojos de todos, porque cerca del ser amado no se respira el
hedor de la perversión velada y de la prostitución, sino el perfume tonificante
de la violencia, el sonido épico del acero. Bajo esta premisa del amor se
mueven los personajes que Walter Siti (Módena, 1947) recrea en esta novela
contundente, brillante, que roba el aliento. Decimos recrea, porque la
acotación final acerca de los nombres figurados resulta la demolición de las
paredes de nuestros hogares, ya que saber que lo que aquí se refleja, las
personas que figuran y sus actos son reales. Simplemente, les ha cambiado el
nombre y se ha transformado en un buen cocinero. Siti tiene un gran tema en sus
manos, la moral de los débiles y marginados, capaces de destrozar a un padre
que pega a una niña en un hospital, sin hacer primero ninguna pregunta. Este
realismo social carece del romanticismo y existencialismo de los clásicos
italianos y posee la rudeza de las grandes crónicas de guerra. Siti y el
narrador que crea, consciente de que está retratando, tan consciente como para
pensar en metaliteratura, se desprenden de los falsos pudores de la burguesía,
para entrar en un mundo de maltratos, de putas, de drogadictos, de los que
deberíamos considerar fracasados.
Pero
no existe el fracaso. En la barriada donde habitan, follan y se degradan porque
eso es lo natural. Siti maneja los arquetipos como si acabara de crearlos. Ha
perdido el sentido del decoro porque es necesario conocer esta otra forma de
sinceridad, que es el último rasgo digno que les queda. Serán asesinos y
violentos, pero no mienten. En ese sentido, Siti ejecuta un ejercicio de
empatía sin condiciones, porque muestra todo, toda la rudeza, todos los demonios,
todo el sexo, la adrenalina, la complicidad y la traición. Los rasgos que en
otro resultarían exagerados, aquí los vivimos como reales. Su atractivo, si es
que existe, radica en la ruina. El narrador no hace juicios de valor ni expresa
los de los personajes. Da fe. Con lo cual nos deja sin responder si los
desesperados luchan o no. Sabemos que son compulsivos.
Es
de tal calado el tema que trata, que Siti comienza con una estructura
encadenada, para ir creando rizos en los que los personajes se ven envueltos,
aunque solo sea por el hecho de compartir casa. El contagio o, para ser exactos, la primera parte de El contagio, sería manierista sino fuera
real. Porque el libro contiene una segunda parte que comienza con un ensayo
sobre la creación de los suburbios en las grandes ciudades. Estas páginas son
de lo mejor que se ha escrito nunca sobre la invención de Caín y como se ha
podrido, sobre las razones de crear villas miserias y la nostalgia por las
barriadas auténticas, aquellas en las que los vecinos eran tribu y no se les
presuponía culpabilidad.
Roma
será la ciudad que Siti tome como epítome del ensayo que, sin darnos cuenta,
aterriza en la vida de una pareja, en un drama personal. Algo inevitable si se
respira la injusticia como hecho natural desde que se nace. Siti menciona el
fenómeno de la inmigración, vinculado a los suburbios, y distingue entre la
extranjera y la interna. La toma de postura del narrador vuelve a ser un
puñetazo: entiende que los extranjeros tienen cierta ventaja pues, al fin y al
cabo, saben qué lugar ocuparán: las nigerianas, por ejemplo, serán putas. Los
italianos estarán perdidos. Y la pareja a la que seguimos será mestiza: él
caribeño, ella romana. A su alrededor, veremos todo un reportaje social con
centros de interés como la cocaína o las relaciones ciclotímicas. La
imposibilidad de librarse del deseo y de la frustración alimentarán ese
extrañamiento del mundo, al que Siti dedicará las últimas páginas, cediendo la
voz a los pensamientos de algunos de los personajes con quienes hemos convivido
casi aguantando la respiración. Este libro es una obra maestra y quien lo
rehúya por su dureza será un pusilánime.
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