Los voladores
Peter Stamm
Traducción de
José Aníbal Campos
Acantilado
Barcelona,
2010
171 páginas
La imposibilidad de las parejas
A medida que
se ha ido forjando el mundo literario del escritor suizo Peter Stamm, con
seguridad uno de los más interesantes de la literatura europea viva, ese
magisterio tan reconocible, el de la literatura mínimal americana, heredera de la instrucción innegable de Raymond
Carver, ha ido aflojando su presa para permitir que la obra vuele por méritos
propios. Stamm continúa refugiándose en la frase escueta, el estilo sobrio, la
prosa sin tapujos ni engaños, esa que permite a un texto emitir un pesimismo
carente de tristeza, algo que con tanto acierto sabe explotar en el relato
breve. Sin embargo, a medida que se profundiza en su narrativa, el estilo se
aleja de la percepción del lector, de sus asociaciones y referencias, pues son
los personajes los que van ganando más y más peso. Sobre estos seres doblemente
extraños, personas tanto de género raro como incapaces de darse a conocer a los
demás, de los que apenas llegamos a conocer un mínimo porcentaje de su
temperamento debido a los juegos elípticos que tan bien maneja Stamm, recae la
potencia de las historias. Y, principalmente, sobre el nexo que les une, que es
la necesaria conclusión a que llega el lector, una conclusión tan evidente como
reflejo de una sorpresa: que todos ellos son personas. O podrían ser personas
de no ser personajes.
Da la
impresión de que Stamm escribe sus libros de relatos siguiendo un proyecto. En
todos ellos las relaciones que se establecen entre la gente que espera, entre
personajes que no actúan, sino que se limitan a aguardar algún suceso en su
vida, ocupan el eje temático. Pero si bien en obras anteriores el conflicto, o
la ausencia de conflicto, surgía del hecho social, como en la magnífica En jardines ajenos, en este caso Stamm
acude al mundo de las relaciones de pareja. Los seres que recoge en sus
relatos, sufrientes sin pena ni gloria, son gente de clase media centroeuropea,
hombres grises que conviven con sus sueños frustrados porque no les queda más
remedio que vivir. Y en los casos que reúne en este estupendo libro, se trata
de parejas que establecen vínculos en los que el sexo y el deseo queda
apartado, pero uno no puede dejar de preguntarse, a medida que avanza en la
lectura, en qué recodo del texto ese deseo le saldrá al camino.
La intensidad
no decrece en ninguna de las doce piezas, gracias a que no repite el centro de
interés de cada situación, que va del enamoramiento platónico al reencuentro,
de la soledad a la cascada de fantasías. En Los
voladores, por ejemplo, se centra en la reacción que supone la entrada de
un niño ajeno en la rutina de una pareja joven; La ofensa versa sobre la imposibilidad de retorno al pasado; Tres hermanas estudia la frustración
consecuencia de que la compasión sustituya al amor; La expectativa se centra en la castración interna de dos personas
antagónicas; Videocity es una
descripción de la soledad; el adolescente de Hombres y niños vive su fantasía con un ardor que no llega a ser
sexual; en La carta explora la
verdadera cara de los celos, ajena al sexo; En
la vejez se regresa a la melancolía.
El proyecto
literario de Stamm no deja de sorprendernos, pues recurre a la distancia corta
y a la prosa desnuda para cerciorarse de la complejidad que existe en las
relaciones humanas, incluso cuando dichas relaciones no tienen lugar. Al
contrario que tantos y tantos grandes escritores que han dedicado gran parte de
su obra a este tema –baste mencionar a Dostoievsky-, Stamm recurre a la
construcción escueta, a una única situación que en raras ocasiones se repite, a
la imagen concreta que se significa, al acierto del trozo de vida y no a la
amplitud de una vida completa. Apoyándose en la seguridad que da la consciencia
de que el lector va a reconocer lo cotidiano, Stamm confía en que también sea
capaz de imaginar lo elíptico: el pasado, el futuro, todo aquello que no es ese
presente tan conciso y que queda fulminado al terminar la lectura de cada
relato. Esa complicidad con el lector hace de Stamm uno de los grandes
escritores vivos.
Fuente: Quimera
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