Modelos animales
Aixa
de la Cruz
Salto
de página
Madrid,
2015
140
páginas
Al
contrario que en el cultivo de los huertos ecológicos, en la literatura está
permitido el uso de insecticidas, pesticidas, herbicidas y otros productos no
orgánicos, entre los que se encuentran los fertilizantes, que por muy
industriales que sean, no dejan de ser humus para la imaginación. En esa
literatura la intromisión de la química no impide que sean bienvenidos los
mosquitos, las orugas que son casi crisálidas, el pulgón que ejerce de ganado
para las hormigas, y también cualquier pájaro que se alimente de los insectos y
de la fruta. La fuerza casi divina de los seres milenarios no combate con la de
los humores de laboratorio, sino que forman un universo en el cual puede entrar
cualquiera a recoger frutos con los que escribir una historia. Pero hay que ser
listo para saber saltar la tapia o abrir el cerrojo de la cancela o, en última
instancia, mirar a través de la cerradura y extraer de ahí el material para
formar un universo propio en el que conviva lo moderno y lo de toda la vida.
Esa es la especialidad de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988), y su resultado
destaca por la fuerza de la imaginación.
En
Modelos animales recopila varios
relatos con el tema universal de la soledad imposible de separar de la piel
como constante. Y es que en ocasiones uno tiene la impresión de que un buen
escritor es el que consigue transmitir la sensación de soledad, tal vez porque
si no existe esa emoción no se consigue dialogar sobre la dignidad, que es el
toque de distinción de cualquier forma narrativa. En un principio, leyendo los
primero cuentos, ambientados en Canadá, en México, en un Bilbao moderno, uno se
siente atraído a creer que Aixa de la Cruz bebe de John Cheever, de Norman
Mailer y otros autores americanos. Pero al rato se da cuenta de que su
literatura tiene más de Bohumil Hrabal que de Bukowski, a pesar de ciertos
detalles de realismo sucio que apunta cada dos o tres páginas. Y es que esa
constante se cimenta en las adversidades que surgen durante la adolescencia de
los protagonistas. Aixa de la Cruz sigue intrigada por las consecuencias que la
adolescencia tiene en nosotros, incluso arrasándonos, y no deja de
cuestionarse, como confiesa alguno de sus narradores, si es cierto que todos los
actos tienen sus consecuencias. Y los actos de la adolescencia tienen, por
fuerza, que ser pura emoción.
Y,
sin embargo, los escenarios no pueden ser más diferentes. Una relación de
espejo en una obra de teatro en formación, con el cartel de “atención obras”,
que significa peligro; incluido el peligro de la muerte. Una madre demasiado
joven a la que le extraen un bebé con talasemia, una madre ingenua, torpe y
pudorosa hasta el sadismo, y un extraño vínculo entre la criatura y la sangre.
Dos viajes paralelos de Londres a Bilbao, unidos por la relación de ambas
protagonistas con las drogas, que se van separando a medida que avanza el
desplazamiento; un relato que nos habla de que no somos dueños de nuestro
destino, pero sí de lo que somos. La idealización de las gamberradas de nuestro
paso por el instituto y la melancolía por la inercia a hacer daño sin mirar las
consecuencias. La vida en la más decadente de las caravanas americanas, en un
relato en el que existe mucha elipsis en la actuación y pocas palabras a la
hora de redactarla. Las dudas sobre la propia identidad de alguien encerrado en
un váter con anorexia y bulimia, y con la monomanía de que debe ganarse el
respeto de los demás. O la ilusión de una ficción novelada de una condenada en
la cárcel por culpa de una equivocación en una broma, que la lleva a
experimentar con la tortura.
De
ese calado es la imaginación de Aixa de la Cruz, a quien debemos seguir leyendo
porque, seguro, a medida que vaya ganando en experiencia nos irá dejando
mejores obras. Hasta que llegue su mejor novela dentro de unos años. Mientras
tanto, un buen lector no debe perderse estos libros para conocer de primera
mano la génesis de la obra que está por venir. Y porque a Aixa se le ocurren
cosas que a los demás no se nos habrían pasado nunca por la cabeza.
Fuente: Culturamas
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