Fuente: Culturas/Tribuna
Biografía del hambre
Amélie Nothomb
Traducción de Sergi Pámies
Anagrama
Barcelona, 2006
206 páginas
14,50 euros
Un problema con “yo”
Hay libros, demasiados, que, como
esta Biografía del hambre, no son
necesarios. Y eso pese a que queda bien claro, en cada renglón de la lectura,
por qué lo escribió quien lo escribió. Para ajustar cuentas, claro. Por eso
este volumen encierra la autobiografía meramente interior de su autora, la
autobiografía de los primeros años de su vida, los que son decisivos. Dada la
esencia de los capítulos que le tocó vivir, de haber tenido otra intención el
libro nos habrían hablado acerca del desarraigo, del amor, de los límites
físicos de la libertad, de la rebelión del cuerpo, de la autonomía del
pensamiento o de las ilusiones. Sin embargo, Nothomb opta por encerrarse en sí
misma, por hablar del “yo”. A pesar de no ocultar los malos tiempos para un
niño, se muestra satisfecha de sí misma durante alguna de sus sesiones
nocturnas de escritura, sentada en su cama, con media docena de almohadas a
modo de respaldo. Y así pierde la oportunidad de salir de cierto rumiarse a sí
misma, para tratar de lo que importa. Ella, que tantas experiencias
deslumbrantes parece haber vivido. Así pues, cualquiera diría que este texto
está escrito para ser guardado en el cajón de un escritorio, y no para ser
divulgado. Al menos no en su formato actual. Basta con echar un vistazo a
ciertos párrafos, a la exposición de algunas ideas, a una redacción corriente
–que no puede atribuirse al traductor, Sergi Pámies-, para darse cuenta de qué
es lo que sobra: “Aquella situación era ridícula y lo sufría en mi dignidad
infantil”, adolece de falta de expresividad; “Fue por aquella época cuando
decidí no crear nunca una leprosería. Resulta admirable la constancia con la
cual me mantuve fiel a esa decisión”, demuestra un problema de narcisismo a la
hora de catalogar qué es importante transmitir de lo que uno ha vivido. También
se le puede echar un vistazo al capítulo en que trata el método con que seducir
a su madre, para concluir que el relato peca de no saber qué es lo que es
necesario ir conociendo de uno mismo para explicarse quién es, cómo se ha
construido. Se me viene a la cabeza, en este momento, el magnífico libro de
Albert Camus, El primer hombre, como
expresión ejemplar de esta idea. Aunque lo que en Camus era melancolía, aquí es
un regreso sin culpa, y con ambición apenas demostrada en los capítulos
dedicados a la pérdida de la inocencia en Bangla Desh, donde sí demuestra tener
algo que contar, y también en la lucidez con que va integrando sus lecturas en
su aprendizaje, o en el momento en que decide, luchando consigo misma, poner
fin a su anorexia, porque elige la vida.
Y esa vida, la de una niña,
marcada por el nomadismo –su padre fue cónsul y embajador en Japón, China,
Nueva York y Bangla Desh-, el alcoholismo infantil o arranques de potomanía y
ataques de asma, podría habernos resultado complaciente, embriagadora,
atrevida, nostálgica o cualquier otro sentimiento, de no ser por la consagración
hiperbólica con que se dedica a sí misma. Es cierto que no sin motivo: al fin y
al cabo, no ha dejado de ser una persona diferente allí donde caía. El problema
es cómo integrar ese concepto de ser especial en la personalidad y luego
regurgitarlo en una novela autobiográfica. A mi juicio, Nothomb se ha
apresurado, puede que todavía no haya digerido aquello a lo que pretende dar
salida. De ahí que durante ciento ochenta de las doscientas páginas del libro,
uno traduzca que ella infiere de esos episodios que ser diferente es ser inconfundible,
tal vez mejor. Una lástima que caiga en esta forma de catalogar y organizar su
mundo interior tras un fantástico inicio, en el que muestra un interés
antropológico al escrutar la fascinación por la abundancia. Y también porque
consigue enderezar el rumbo en las últimas páginas. Esperemos que siga
escribiendo para que así siga mejorando.
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