Un centímetro de seda
Edición
de Darío Hernández
Menoscuarto
Palencia,
2016
96
páginas
Bajo
un título tan sugerente no se reúne un libro de viajes a Oriente, sino una
antología de microrrelatos. Darío Hernández, responsable de la selección de las
obras, es un filólogo especializado en la literatura del Modernismo y las
Vanguardias. No es un momento casual. Ni siquiera podría hablarse de una etapa
de transición. Es una revuelta en condiciones, un momento en que la literatura
se vuelve crisálida y tal vez, como crisálida, no sea siempre lo más hermoso,
pero todo lo que vino después se debe al proyecto de transformación en
mariposa. Y una de las características es, precisamente, el nacimiento del microrrelato
como género. Los límites contextuales, los límites lingüísticos, los límites de
lo narrativo estaban en juego. También por la reducción del texto. La
dificultad de crear un género estaba en juego: o se era poético o se escribía
una fábula. Eso parecía ser el texto en prosa anterior a esta etapa. Pero aquí
se descubre la elipsis en todo su esplendor como recurso literario, y la
intertextualidad, la fantasía y el humor. Cualquier recurso que viniera de
otras artes, e incluso de las ciencias, se ponían en función de transgedir la
literatura tal y como se entendía, sin dejar de hacer literatura.
El
libro se abre con piezas de Juan Ramón Jiménez, siempre sutil en la sonoridad
de su prosa. Juan Moreno Villa demuestra que en una cuartilla se puede escribir
un relato histórico. De Ramón Gómez de la Serna solo cabe esperar ese texto que
no existe antes en la cabeza, sino que se crea a medida que se escribe.
Benjamín Jarnés se mantiene en su lirismo sentimental, sin relato. Y Jorge
Guillén practica la ensoñación del caminante. Antonio Espina elige, como él
mismo dice, una estampa popular. José Bergamín escribe tal vez el mejor cuento
de la recopilación, una reinterpretación del mito de los Reyes Magos y la
estrella de Oriente que desborda imaginación; y en los otros relatos que
acompañan a este se mantiene en su esencia de narrador. De Federico García
Lorca se nos presentan piezas de su etapa más surrealista. Como de Luis Buñuel,
aunque en este caso se delata su intención de manipular los símbolos del inconsciente.
Ernesto Giménez Caballero se aproxima a ellos, con una obra onírica y un afán
por inventar neologismos. Samuel Ros despliega todo su humor bien aprendido en
la calle, y José María Hinojosa se excede un poco en su conciencia literaria.
La selección se cierra con un cuento de Francisco Ayala de su época de
juventud, en la que lo que importa es la ocurrencia. Todos ellos forman la
crisálida que explicará los derroteros de una literatura que abandonará el
realismo y las novelas por entregas, para hallar las formas literarias que, al
mismo tiempo, se inventaban en el resto del planeta.
Fuente: Culturamas
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