Manual de autoayuda
Miguel Ángel Carmona del Barco
Salto
de página
Madrid,
2016
139
páginas
La
expresión más repetida en los manuales de autoayuda, es esa de aprender a
quererse a uno mismo. Repetir esta paradoja puede servir para viajar en el
curso de los días en una buena dirección, pero a la hora de la verdad, ningún
razonamiento ni sugestión vital, ningún sentimiento se corresponde a esa
afirmación. Los monjes budistas hace tiempo que la abandonaron, por su
concepción de uno y el universo, y el más pequeño de los apuntes cínicos
dictaría que uno no puede ser al mismo tiempo sujeto activo y pasivo de la
acción del amor. Sin embargo, a los personajes de este libro de relatos no les
vendría mal aprender a quererse, y aprender a hacerlo en condiciones. Aunque
ese amor fuera mentira. Este es el tema que unifica este volumen, concebido
como tal y no como una recopilación de narraciones breves de distinto calado.
De ahí, por ejemplo, que todos los relatos estén narrados en primera persona y
que la voz sea bastante uniforme. Existen, sí, matices que los diferencian.
Pero el sonido de cómo hablan, o piensan, los personajes es similar. Algo
claramente intencionado por parte de Miguel Ángel Carmona del Barco (Badajoz,
1979).
En
primer lugar, para poder quererse a uno mismo hace falta una buena práctica del
ejercicio de la memoria. Es decir, comenzar por tener memoria, pues algunos de
los protagonistas parecen carecer de ella, y luego utilizarla en el propio
provecho, pues ninguno sabe cómo hacer de los recuerdos una garantía para ser
un poco menos desgraciado. En segundo lugar, una buena memoria no se atiene
solo a momentos o imágenes. También a las emociones. Si las emociones son más
potentes que uno, todas, sean de la estirpe que sean, el exceso visceral será
una constante en cada acto y cada minuto. Eso también les sucede a los
personajes centrales, que solo saben sentir las emociones a altísimo voltaje.
En tercer lugar, está ese saber convivir con uno mismo, aunque sea a través de
la autohipnosis de quererse bien, para percibir el mundo tal y como es, o tal y
como lo representa la verdad de cada uno. Es decir, para no encontrarnos fuera
de la realidad, que es otra constante en estos relatos. Uno diría que nos
enfrentamos a un libro de relatos de realismo sucio, si es que las voces
tuvieran algo que ver con la realidad. Se da el caso de que más de la mitad de
los dieciocho relatos están en boca de mujeres, tal vez porque Carmona del
Barco considere que hay algo más depresivo en ser mujer, tal vez, dicho de
forma muy subjetiva, reivindicando la lucha por abandonar ese mundo más secreto
y más oscuro del que empezaron a salir hace muy poco tiempo. Por alguna razón,
en este volumen Carmona del Barco se siente atraído por los personajes
sufrientes. Pero no se queda ahí: se trata de odiadores. Personajes que se
odian a sí mismos.
Ahí
está, para empezar, el payaso triste, amputado, rehabilitado en su
drogadicción, en un mundo donde no deja de hacer mal tiempo, esperando a que
surja de quién sabe dónde una niña que le consuele un instante. O la pérdida de
conciencia de la realidad de los oftalmólogos que asisten a un congreso y se
contagian del virus de El ángel
exterminador. Por el libro circula la pornografía, incluida una mujer que
trabaja en un espectáculo porno y que lee a Cioran junto a su único amigo, que
es ciego. O esa gente desnortada que da con sus huesos en la cárcel, un lugar
violento donde no sabemos si habrá un resquicio para la ética. Los homosexuales
pueden ser maricas de sesenta años que aguardan su oportunidad en baños
públicos, y que con frecuencia terminan golpeados y justificando sus marcas a
una madre que debería estar en un geriátrico. No faltan los matones, aunque su
pistola dispare pis en lugar de balas, gente que busca, con ganas, la
fatalidad. Y siempre los que huyen de su pasado o, como expresa uno de los
personajes, acaba de hacerse un trasplante de alma. Aunque existen muchas
formas de huir, como por ejemplo la del padre de familia que ante una situación
de estrés sustituye su mirada por la cámara de fotos. Los que no pueden huir,
como la inmigrante venezolana que ha vivido la maldad en carne propia, se
resignan a acondicionar sus días y sus noches a esa maldad, a ser parte de
ella, en lugar de combatirla.
El
mundo se desmorona por varios de sus costados. Eso nos dice Carmona del Barco.
Y sus personajes proyectan ese desmoronamiento en lo que debería ser la
realidad. Porque lo que está lleno de escombros, con seguridad, son sus
entrañas. Lo del mundo, suponemos, lo deja para la siguiente oportunidad en que
nos regale un nuevo libro. Lo estaremos esperando.
Fuente: Culturamas
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