Las amantes
Elfriede Jelinek
Traducción
Susana Cañuelo y Jordi Jané
El
Aleph
Barcelona,
2004
185
páginas
16,50
euros
Hijas de Eva
Difícilmente la obra de quien recibe un premio Nobel
no será cuestionada, juzgada con parámetros como la comparación con otros autores
de su país o su lengua, lo cual en el caso de Elfriede Jelinek vaticina malos
tiempos para ella, pues ahí están autores como Peter Handke o la prosa de
Thomas Bernhard, a la cual sin duda debe mucho Jelinek. Sin embargo, es una
ocasión estupenda para acercarse a sus novelas, tanto a las reeditadas Deseo y La pianista, como a esta interesante obra de su juventud, publicada
cuanto tenía menos de treinta años, y que ya nos sacude con unas mujeres
víctimas de la vulgaridad que encierra la vida cotidiana. Las protagonistas,
dos muchachas muy jóvenes, dejan que la realidad les suceda por alguna oscura
razón aprendida en el vientre de su madre, con ningún sueño al margen del
consabido matrimonio. Para significar su destino de mujer, “que es más fácil y
sencillo que el destino de hombre”, como denuncia a la que nadie escapa, una de
ellas representa a las mujeres de ciudad y la otra a las del campo. El
argumento es muy tenue, reduciéndose a poco más que la lucha por conquistar al
que será su marido, la supuesta condición masculina que debería de completarlas
y de la cual, por otro lado, no cabe esperar nada bueno; el resto de la gente
que las rodea son unos mediocres que ignoran su propia mediocridad; “fíjate
objetivos, eso es lo que dicen los padres experimentados, que nunca han ido más
allá de las fronteras de su país”.
Lo que hace interesante esta obra es el uso del
lenguaje y de un punto de vista que consigue transmitir la impresión de que
estamos asistiendo, con frialdad, a los hechos, que tras lo directo y repetitivo
está el narrador estomagado pero que por alguna razón paradójica que se nos
escapa, no se implica afectivamente, está el ambiente claustrofóbico de la vida
humillada, el testimonio que denuncia los lugares comunes de la vida que
transcurre tras la puerta de al lado, los infiernos domésticos que anulan hasta
la posibilidad de diálogo. Aunque lo mejor será dejar que la voz del narrador
se abra paso para que el lector pueda hacerse una idea sobre qué tipo de novela
tiene entre manos, y así, sobre el orgasmo se dice que “el amor es un dolor
menor en la jerarquía de los dolores”; del embarazo sabemos que “la madre de
paula odia a paula por el niño en su barriga. diversos órganos vitales de paula
quedan hechos trizas por este trato”; el hecho de ser padre se refleja en que
“a menudo se puede ver algún niño en un tímido intento convulsivo de jugar, del
que es alejado de inmediato, arrastrándolo e hinchándolo a tortas y patadas.
después viene la mochila, y andando a comprar pienso. salvado y sal”; la cópula
se reduce a que “ahora tiene que inyectarme esa mierda pringosa y quedarse
dentro”; la visión del macho se expresa, por ejemplo en que “erich no lo ha
leído porque él sólo lee los cuadernos sobre la guerra mundial”; las
sensaciones pendulares de la condición femenina vienen dictadas por frases como
“brigitte no siente sino un extraño cepillo desagradable en su interior.
brigitte siente el amor en su interior”; las esperanzas truncadas se expresan
con que “la confección le hubiera gustado a paula, pero la realidad, como
sabemos, va en serio”; y la única diversión posible en el mundo que Jelinek
recrea nos sacude pues “de la sal de la vida se encarga el dolor de cadera de
la madre”.
Esta es, en definitiva, una novela sobre el asco de
vivir: “paula se había ilusionado mucho con el amor, que sin embargo no recibe.
más tarde, cuando erich ya se haya ido, paula busca el amor entre los postes,
en el corrompido pesebre, entre el heno y el canal de los orines.
pero a paula sólo le duele el coño”.
Fuente: Tribuna/Culturas
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