En la red
Jesús Torrecilla
Madrid,
2004
224
páginas
16,95
euros
La verdad (y la mentira) virtual
Leer esta novela es invitarnos a considerar lo terrible de
nuestra dependencia. Todo lo que hacemos, eso que constituye lo que vamos
siendo, deja un rastro en los canales de comunicación, en las líneas
telefónicas, en los registros binarios que circulan por la fibra óptica o las
señales de satélite. Y así nuestra realidad puede ser transformada, doblegada,
deformada, y nosotros estar cayendo en el engaño en que caían los hombres
encadenados en la caverna de Platón, solo que, en este caso, alguien está
fabricando la silueta de las sombras que vemos pasar.
Dicho así, da la impresión de que afrontar la
lectura de En la red nos llevará a un
mundo metafísico, a una reflexión ontológica, y aparte de un notable fin de la
historia de carácter metavirtual, lo epistemológico nunca se adelanta a lo
narrativo, como debe ser en una novela. Y más aún en una novela de intriga cuya
acción se desarrolla en la costa oeste de Estados Unidos, unos parajes que nos
son familiares gracias al cine de entretenimiento y no a la concienzuda
filosofía griega o alemana. Porque la recreación de la ciudad de Los Ángeles
como escenario es pieza clave en esta novela en la que todos los
desplazamientos de los protagonistas deben hacerse en coche, en la que la vida
exterior al hogar transcurre en las autopistas, incluido el misterio de la
desaparición y asesinato de una muchacha, en el que, consecuentemente, se ve
involucrado gente como un conductor de camiones o la dependienta de una
gasolinera.
Asistimos aquí a un año de vida de Sierra, una mujer
especializada en tratamiento de imágenes para investigación criminal, que se ve
absorbida por un caso no resuelto, con tanta intensidad que vive con la nariz
pegada a la pantalla del ordenador, y sin que el auricular del teléfono se le
caiga de la oreja. Mientras tanto, su marido, un hombre al que ella rescató del
arroyo y que aprendió de ella lo que significa ser bueno, trabaja de esto y de
aquello en una ciudad en la que acaban de aterrizar, justificando sus
decisiones como mejor puede, hasta que decide que su matrimonio se ha hecho
pedazos. Los hechos con que se va trazando una trama muy bien hilvanada,
perfectamente dosificada, son lo bastante cruentos como para mantenernos en
tensión, y suceden a un ritmo que nos invita a seguir leyendo hasta el final.
El interés no decae, la narración es ágil, y cuando es necesario interrumpir la
trama principal, el relato secundario estará justificado por la necesidad de
vínculos humanos que relacionen a los personajes, y porque no se puede
construir una novela sin que esos personajes tengan un pasado, unas raíces. Por
eso al lector le queda explicado de dónde procede la intuición psicológica de
Sierra y cómo es posible que existan los golpes de suerte que la van ayudando a
desenredar la trama hasta llegar a una conclusión virtualmente falsa (o
virtualmente verdadera, no sé muy bien), que es el tipo de conclusión a la que
puede llegar el detective inmóvil, como Isidro Parodi, el personaje que
inventaron Borges y Bioy Casares.
Jesús Torrecilla ha construido un relato en el que
se podría rastrear lecciones como las que nos entregó Raymond Chandler en su
artículo Comentarios informales sobre la
novela de misterio, sobre la motivación, caracterización, atmósfera, el
argumento subyacente, la honradez con el lector, o una estructura esencial con
la que Torrecilla juega encontrando paralelismos entre el montaje narrativo y
los elementos del lenguaje informático. Como también se encuentra paralelismo
entre las autopistas de asfalto, las de comunicación y la tenue fibra invisible
que cose el organismo compuesto por millones de cabezas y corazones humanos.
Fuente: Culturas/Tribuna
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