El intérprete del dolor
Jhumpa
Lahiri
Traducción
de Gemma Rovira Ortega
Salamandra
Barcelona,
2016
221
páginas
La
India es varios géneros literarios. Un país con cientos de idiomas y dialectos,
con un panteón de dioses que ocuparía cada una de las estrellas de nuestra
galaxia, con tanta belleza como decadencia, lleno de gente bondadosa pese al
malestar que refleja el coeficiente Gini, ese que mide la desigualdad
económica, y con infinidad de exiliados distribuidos por todo el planeta.
Existe, entre estos géneros literarios, uno que protagonizan los autores que
heredaron esa cultura familiar, pero que son de segunda generación, nativos de
otros países. La mayoría de ellos escriben en inglés para retornar al país al
que pudieron pertenecer de haber nacido unos meses antes. La pregunta es ¿por
qué esa necesidad de conocer la India? ¿Por qué esa exploración de los vínculos
con la India y la aceptación de un mundo nuevo, que es, a su vez, su mundo
nativo? ¿Por qué necesitan recurrir a la actividad creativa para resolver la
aceptación de dos patrias? Pues siendo su vida ya propia de la cultura
occidental, existe un cordón umbilical que lleva su cuerpo astral de regreso a
la India. El caso de la literatura de Juhmpa Lahiri (Londres, 1967) es el del
reconocimiento de las relaciones cotidianas, de los pequeños vínculos de
amistad, amor o contacto social entre gente de clase media de distintos
orígenes.
Para
ello, Lahiri utiliza solo lo necesario. Nada de fuegos artificiales literarios
ni en la estructura ni en el lenguaje. Historias sencillas en la que los
matices afectivos que afectan a los personajes son los mismos que nos podrían
afectar a cualquiera de nosotros. En Una
anomalía temporal observamos la disociación cognitiva pareja de un
matrimonio; los cónyuges se ponen de acuerdo en que deben mantener los mismos
secretos para figurarse así la felicidad, de forma que se avista así la pérdida
de la identidad, disuelta en la ficción que ellos crean.
Cuando el señor Pizarda venía
a cenar brota de la situación de un emigrante que vive, en Estados
Unidos, una vida que no es la suya; su origen y el tiempo que le toca vivir, la
guerra que termina con la secesión de Bangla-Desh, influyen en el personaje con
quien nos identificamos, una niña que está convencida de que eso no debería ser
lo que más importa. El intérprete del dolor es una llamada de atención sobre el
arquetipo de familia, pues no existe la familia virtuosa ni siquiera si está
integrada socialmente y los miembros se quieren y están de vacaciones. Y así va
desgranando temas como el destino de los pobres, que es la marginación, o la
inexistencia del pasado-presente-futuro, porque las cosas sencillamente
suceden. Hay personajes que deciden vivir en el pasado y para quien los
encuentros con otra gente son un encierro, odios y egoísmos subyacentes que
dificultan la cercanía, el rechazo de una epiléptica que sueña con la falacia de
la media naranja para sanar, o la comprensión sentimental, que triunfa donde no
llega la razón a la hora de establecer una relación entre un joven inmigrante
indio y una centenaria anciana que le da hospedaje.
En
definitiva, estamos frente a una gesta en la exploración de quiénes somos.
Fuente: Culturamas
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