En la oscuridad
Friedrich
Glauser
Traducción
de Carlos Fortea
Mármara
Madrid,
2016
162
páginas
El
egoísmo de los otros
En
el mito cristiano del génesis, Dios crea el universo a partir de unas palabras.
Dice “Hágase la luz”, y se separa el día de la noche. Con palabras va creando
el mar y la tierra, las montañas, los ríos y las plantas, y también a todos los
animales. La creación es obra de un milagro. Sin embargo, al hombre lo crea a
partir de la arcilla, es decir, de una materia que ya existía, que ya había
creado con sus milagros. El hombre no es un milagro. En el mito cristiano, el
hombre es una obra. No existe obra sin defectos. Ni las que pudo hacer Dios, ni
las de Caravaggio o las de Tólstoi. No hay obra de arte sin partes oscuras. Y
el mito del génesis no aclara si el hombre es una obra de arte. Ni siquiera a
eso podemos agarrarnos. Antes del pecado original, eso sí, Adán y Eva eran unos
seres tan puros como un colibrí, una lechuza, una oruga o un cerdo. Todos ellos
preocupados por salir adelante en lo que llamamos armonía con la naturaleza,
durante los mejores momentos, o la ley de la selva si en lugar de espectadores
tenemos que participar de esa creación.
Pues
bien, sobre esta parte oscura, que es el egoísmo obligado por la supervivencia,
es sobre lo que trata este breve libro testimonial de Friedrich Glauser (Viena,
1896 – Nervi, 1938), que sí es una obra maestra. La imperfección de la memoria
contribuye, y no poco, a conquistar ese grado mostrando sin rencor la miseria.
El libro presenta dos etapas en la vida del autor, cada una de ellas marcada
por su compañero de trabajo. En la primera, Glauser trabaja fregando platos en
un hotel. En la segunda, suda y se entinta en los pozos de una mina de carbón.
Si alguien pretende elegir dos oficios que simbolizan mejor que ningún otro
donde se sitúa la clase baja y por qué la lucha de clases es casi sinónimo de
la realidad, no encontrará tarea más representativa. A ello cabe añadir que
fuera del hotel o de la mina es donde encuentra la libertad que disfrutan los
otros: una noche con luna, la orilla del río, los árboles, los niños o el
ambiente de un bar. El tercer lugar donde transcurre su vida es en la
hospedería donde se aloja, que bien puede ser un albergue de acogida o una
posada de camas calientes. Aunque el malestar de la noche no viene presidido
por la incomodidad, sino por las pesadillas relacionadas con los dos años que
pasó en la Legión Extranjera. Por otra parte, y de forma voluntaria, tal vez
como contrapeso y para poder seguir respirando, de vez en cuando recuerda la
época feliz de la juventud, previa a la Gran Guerra, idealizando la vida rural
o aprendiendo a tocar el piano.
Al
margen de sus dos amigos, Marcel, un militante comunista y Otto, con un pasado
que le obliga a estar en perpetua huida, los demás personajes que desfilan por
la obra tienen un factor común, que es el egoísmo, algo que el narrador
califica como la bestia interior y que llega a ser tan poderosa que si se
topara con alguien que no fuera egoísta, sería esa cualidad, de todas formas,
la que lo adjetivara. Este hecho, junto con la potencia del relato, es lo que
consigue el efecto de atrapar al lector. En algún pasaje, él mismo reconoce que
todos creemos que lo que nos concierne a la fuerza tiene que interesar al
prójimo. Eso marca por un lado nuestro egoísmo. Y por otro su conciencia como
narrador para conseguir que nos interese una vez más una historia de
perdedores, de agotamiento, de un personaje que reniega de la ayuda que le
ofrece alguien, una enfermera, porque no se cree digno de ella. Lo único que ha
aprendido es la necesidad de adaptarse a lo que se le venga encima. Por muy
oscuro que sea.
Cuenta
Glauser con otra ventaja, para la que bastan dos ejemplos: “Y las calles se
iluminan, una luz de un violeta blanquecino sale de la fachada del cine y corta
cubos de luz en la niebla”. “A la sombra de los árboles callan luminosos
dioses”. Unas metáforas ajustadas, escasas y hermosas.
Fuente: Culturamas
No hay comentarios:
Publicar un comentario