Pequeñas bienvenidas
Alejandro Palomas
El
Cobre
Barcelona,
2005
132
páginas
13
euros
Para desconocer a las mujeres
Por suerte, el territorio de la joven narrativa española
ha ido abandonando esos asuntos facilones, de horizontes cercanos, fuertemente
centrados en el mundo de la marcha nocturna, las drogas, los ligues y
desligues, que pretendían representar una actualización del existencialismo a
través de una visión nihilista, y se quedaron en meras anécdotas tangentes a la
literatura. Otros autores –y, en ocasiones, los mismos que intervinieron en
reventar el mundo editorial con sus tramas nocturnas- han venido a ocupar la
plaza generacional con planteamientos más serios, más rotundos. Entre estos
pretende estar, aunque no con una fortuna contundente, Alejandro Palomas, que
se presenta con este libro de doce relatos en el que cada una de las pequeñas
bienvenidas, que dan título a la obra, supone la presentación en público (por
mor de la escritura) y en privado (por la acción descrita) de doce mujeres a
las que tímidamente se da la bienvenida en nuestras vidas.
El libro comienza con una referencia metaliteraria,
dando la bienvenida al arte de contar historias y de conocer amantes, revelando
sin trabas el tono lírico que Palomas parece identificar con la narrativa más
sincera. Y así, siguiendo ese trabajo con el lenguaje, nos indica que para las
mujeres, que son las protagonistas de la historia, el amor es un sentimiento
con dimensiones extraordinarias por motivos poéticos; por alusiones elípticas,
un lector podrá entender que para los hombres esos lances son menos
trascendentes, es decir, más carnales. En este libro los amantes se descubren,
las manos cobran una importancia sobrenatural, muy por encima de los tópicos
ojos, y para reflejar la melancolía recurre una y otra vez al adjetivo cansado, y para representar los escollos
del amor enuncia una y otra vez el sustantivo espalda. Pues será este trabajo del lenguaje, al que posiblemente
Palomas ha dedicado muchas horas de taller, lo que acabe traicionándole: los
diálogos o comentarios de los personajes resultan tan forzados, con intenciones
tan preciosistas, que acaba por ser difícil digerirlos como creíbles, los
narradores abusan de su condición de enamorados, hasta el punto de que su tesis
de amor sincero se tambalea, y así el tono vital cae en lo afectado: “Dicen que
nueve son los meses que tarda en llegar el primer llanto, en abrirse las hebras
de la primera cicatriz; nueve son los meses que tarda en estallar el adiós más
triste, la distancia última, la de adentro hacia más adentro”.
Una lástima. Porque en realidad nos encontramos
frente a un escritor inquieto, muy inquieto, a la búsqueda de los detalles y
datos minúsculos que afecten a sus relatos significativamente, y que en la
mayoría de estos casos se centran en la relación del hombre con su entorno, con
la idiosincrasia de una ciudad como Budapest, idónea para el amor lésbico, o de
Amsterdam, tan apropiada para que la amistad entre jóvenes sea imposible de
estropear ni por un triángulo amoroso ni por la aparición de un extraño que nos
engaña. El desarrollo del relato se ve condicionado porque las Meninas sea el
cuadro de fondo donde se hallan los personajes, o recurriendo, sin ningún
problema, a la aparición de un fantasma producto del delirio de la mujer
maltratada. Incluso cuando el uso de la primera persona no termina de adaptarse
a sus necesidades, Palomas coge el toro por los cuernos y plantea un narrador
exterior, impreciso pero no neutral. Y en todas las narraciones, sabemos y
desconocemos, en diferente grado, el pasado de los personajes, que se nos
obliga a imaginar para hacer nuestra la situación. En definitiva, que es una
lástima que la herramienta de la escritura sea el lenguaje, pues éste le da un
tono de adolescente romántico que no favorece mucho a los propósitos del autor.
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