A favor del viento
Jim
Lynch
Traducción
de Itziar Hernández Rodilla
Alianza
de Novelas
Madrid,
2017
361
páginas
La
memoria es puro humo, hasta tal punto que uno puede jugar con ella al mismo
juego que todos practicamos de niños, tumbados en los prados, imaginando qué
forma tenía cada nube. El premio se lo llevaba quien fuera capaz de encontrar
un cúmulo con forma de elefante, y mayor debacle que a uno le podía ocurrir era
confundir con un cirro la estela de los reactores de un avión. En cualquier
caso, cualquier semejanza era válida, incluso si resultaba necesario explicar
cada parte de la nube mientras esta se iba transformando a merced del viento,
hasta terminar por ser nada más que eso, una nube. Al igual que la memoria es
nada más que memoria. Jim Lynch (Seattle, 1963) cambia nombres, familiares y
ubicación, cambia amigos e ideas, cambia paisajes y todo lo que quiera, pero no
deja de estar contemplando la nube que es su memoria, puro humo, aunque la
novela de relatos que es A favor del
viento se nos presente como ficción.
Una
excéntrica familia en la que cada individuo trata de superar a los demás a la
hora de llamar la atención, rodea al protagonista, enamorado de la navegación a
vela. La construcción de los personajes es la propia de las escuelas de
creatividad literaria americana: tres adjetivos y dos datos de relación, una
pasión y un punto débil. Con los mismos ingredientes, nadie hace la misma
mayonesa. En este caso, lo que cocina Lynch con su memoria son unos relatos muy
amables, que agradecerá el lector y que disfrutará, con un énfasis muy
especial, el aficionado a la navegación. Su conocimiento del tema es profundo.
De hecho, su alter ego se dedica a la reparación de yates y embarcaciones de
cualquier tipo, siempre y cuando el cliente esté tan loco como para pagar más
por conservar su inventado amor marino que por una nueva embarcación.
Los
episodios son breves y el lenguaje no puede ser más sencillo. De hecho, uno se
atrevería a decir que esta novela podría enganchar al público juvenil. Por otra
parte, cuenta con una gran ventaja: Lynch escribe sobre lo que adora, y ese
amor se contagia. Conseguir algo así sin caer en la pornografía sentimental,
demuestra que Lynch conoce bien el oficio de escribir. Para los lectores más
aguerridos, los que aman a Nabokov, por ejemplo, necesitarán paciencia. Lo que
en principio aparenta ser lectura fácil, lineal, termina por poseer ese don
narrativo que es el de no perder jamás de vista a los personajes mientras no
están en escena. De hecho, lo que les ha sucedido durante la ausencia en el
texto, en la narración, les ha hecho cambiar y con ese cambio arrastran a los
demás, a la familia, a las nubes que son la memoria y que se modifica con el
viento. Y sí, ahí está el mar, uno de los paisajes simbólicos de la libertad si
se mira sobre su superficie y se atiende al cielo. Pura paradoja, navegar y
volar han terminado siendo sinónimos en el sentido metafórico de los verbos.
Eso sí, cuando ambos suceden sin motor, cuando ambos suceden a favor del
viento.
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