Confesiones y memorias
Heinrich Heine
Traducción de Isabel Hernández
Alba
Barcelona, 2006
182 páginas
17 euros
La convicción de ser uno mismo
Nacido en 1797, Heinrich Heine se
educó en el seno de una familia católica, con un padre profundamente religioso
hacia el que, como queda patente tras leer este volumen, profesaba desde su
memoria una reverencia cargada de cariño. Una cierta admiración por el pueblo
judío, que constituía una de sus formas de pensar a contracorriente en aquella
época, en aquella Alemania antisemita, o el estudio de la obra racionalista de
Hegel, fueron escorándole en vaivenes religiosos que fluctuaban desde el
ateísmo hasta el protestantismo, sin dejar de consentir con las costumbres
católicas, incluso en el día de su boda, de tal forma que en unos años, los del
romanticismo, tan llenos de prejuicios, él demostró ser un hombre ecléctico, de
pensamiento elástico y bien dispuesto a reconocer valores allí donde otros
veían fanatismo; de hecho, contactó con el socialismo y con la obra de Marx,
criticando ambos o, por mejor decir, matizando algunas aristas que él veía
podían llevar a confusión, al mismo tiempo que se declaraba admirador de la
cultura helénica y reconocía un odio acerbo por el pueblo romano y sus códigos
civiles: “Estos ladrones querían asegurarse sus robos, y lo que habían
conquistado con la espada, trataban de protegerlo con las leyes”. Siendo él un
autor romántico, tampoco consentía del todo ese espíritu que se atribuían a sí
mismos los intelectuales de la época, esa altura de miras trascendente (de echo
atacó a los escritores románticos alemanes de su época por su sometimiento a
las autoridades políticas y religiosas, de tendencia reaccionaria), y tampoco
renunciaba a la superioridad educativa de la aristocracia, como queda patente
en los párrafos que dedica a la posible tiranía que supone un gobierno del
pueblo. Estos conflictos crearon en Heine el espíritu de desencanto, de burla y
de sátira amarga que caracteriza a tantos de sus escritos.
Todo esto se trasluce de la lectura
de esta obra, deliciosa, que Heine escribió al final de sus días, postrado en
la cama, enfermo de esclerosis múltiple, angustiado y dolorido, confinado a la
tumba de su colchón, pero sin renunciar a la conciencia de ser quien era, el
mismo autor socarrón, de mirada tan positiva como hilarante, que a lo largo de
varios años había compuesto textos periodísticos para diversos medios de París,
muchos sobre arte contemporáneo y política. Fue en esta época cuando comenzó a
elaborar un estilo propio de periodismo, anticipándose a las técnicas más
modernas de escribir columnas de opinión. Al mismo tiempo, jamás abandonó la
poesía, convirtiéndose en uno de los poetas líricos de mayor influencia en
autores como Béquer.
La editorial Alba en su elegante
colección de clásicos nos acerca estas Confesiones
y memorias de las que se puede deducir todo lo expuesto más arriba. Destaca
ese espíritu socarrón, expresado constantemente en las relaciones que hace de
la vida francesa, o de la relación de un alemán con Francia que considera a los
franceses serios como los más divertidos. Y también en los retratos de gente
como Rousseau o Madame de Staël o Chateubriand, quien le impulsó a hacerse
prusiano tras verle rebautizar a gente con agua del río Jordán. De esta manera,
al tiempo que confiesa la verdad, es decir que se sincera, prodiga un cinismo
de la mejor estirpe, como cuando comenta que la debilidad hereditaria del hombre consiste en que a los ojos del mundo
queremos aparecer diferentes a como somos en realidad. Y así, tras confesar los
prejuicios para permitir al lector interpretar el escrito, mezclando y
dosificando lo ético con el rizo burlón de lo cotidiano, mostrando un humor
vivo hasta en la desgracia, diciendo lo que quiere decir sin andarse con rodeos
y hablando, finalmente, de las personas a que adora en la memoria y que le
construyeron, Heine nos ofrece un texto de tan fácil lectura como exquisita
contundencia.
Fuente: Tribuna/Culturas
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