Los cuarteles de la memoria
Xuan Bello
Debate
Barcelona
2003
284
páginas
He aquí un libro que plantea una interesante versión de la
fenomenología: en lugar de proponer que no existe la verdad, sino solamente las
verdades, sugiere que no existe la realidad, sino solamente las realidades, y
que de éstas no nos queda sino el polvo de la memoria. Es evidente que la
memoria lo es todo para Xuan Bello. Acaso demasiado evidente. Pues si en su
obra anterior Bello marcaba un territorio geográfico y un tiempo lírico que
podía ser todos y ninguno, en esta decide afrontar el culto a los recuerdos que
le construyen observándolos con la pose del espectador que fija su mirada en un
crepúsculo, con los codos tiernamente apoyados en el alféizar de la ventana.
Para comenzar señalando el mal que salpica con frecuencia las páginas del
libro, la repetición constante de esta pose, la supuesta hipersensibilidad
nostálgica del narrador, cansa hasta el punto que acaba por delatar cierto
narcisismo melancólico: en un libro en el que la identificación del autor y el
narrador se hace evidente (pues no puede tener otra intención una obra de estas
características que la defensa y exposición de lo que le ha ido construyendo),
reflexionar sobre la memoria se convierte en un ejercicio en el que la
inteligencia trata sobre la propia inteligencia. Y, a mi juicio, esa presunción
es una pose narcisista.
Ahora bien, una vez que nos olvidemos de esas
meditaciones, algunas bastante tópicas y que podrían haberse suprimido para que
ganara en intensidad la secuencia de historias, anécdotas y cuadros que
componen la cartografía personal de Bello -o de Bello hecho escritor- es fácil
comprobar un importante avance respecto a su anterior obra; si en Historia universal de Paniceiros las
mejores piezas eran aquéllas en las que tomaba posición de testigo y reflejaba
pensamientos que no pretendían responder a ninguna pregunta, al estilo de Pla,
en ésta son los relatos los que destacan por su imaginación y facilidad
narrativa; aquí la ficción pura, independientemente de que los cuentos narrados
sean invención total o reinvención vital o un refrito, sale indemne de la
batalla contra el tiempo que tanto esfuerzo le supone vivir al narrador. En
algunas ocasiones el cuento no supera las tres frases y en otras, como en el
buen relato titulado Una historia vulgar,
alcanzan las cuarenta páginas, y en todas ellas el que siente no haber perdido
el tiempo registrándolas es el lector.
Es una lástima ese repetido y explícito elogio
hipocondríaco de la memoria, que debería traslucirse únicamente de la
narración, y que es arena en el engranaje de un libro del que lo mejor que
puede decirse es que no hace daño.
Fuente: Lateral
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