Trece formas de mirar
Colum
McCann
Traducción
de Marta Alcaraz
Seix
Barral
Barcelona,
2017
245
páginas
Aunque
el volumen lo compongan cuatro relatos, es el primero de ellos, Trece formas de mirar, el que da
consistencia a la obra. Donde estás, ¿qué
hora es? Es un ejercicio metaliterario sobre cómo se puede escribir un
cuento de Navidad, poniendo al autor, al pensador en situación límite: el
ambiente de un Afganistán sitiado. Shojl
habla sobre la ejecución, en todos los sentidos de la palabra, de salir delante
de emigrantes, adoptados y con discapacidad. Y Tratado nos lleva al extremo del
interior de una persona que se da de bruces, o cree darse de bruces, con su
torturador, su violador, al encender la televisión. Las tres historias poseen
una altura literaria muy por encima de la media.
Pero
es en Trece formas de mirar donde
encontramos mayor sorpresa, no por la historia en sí, que no es escandalosamente
imaginativa, sino por la manera que tiene de hablar de la ciudad viajando desde
lo abstracto a lo concreto. Son trece los capítulos y en los primeros asistimos
al interior de la mente de alguien que se pregunta qué es la memoria y qué es
lo cotidiano. Alguien para quien su bildugsroman
particular ha pasado por la oratoria y por la saudade. Un judío, irlandés, de
segunda generación, que vive en la ciudad que significa todas las ciudades. Y
que es lo que define el relato: una ciudad es un lugar donde la gente no se
conoce. McCann comienza permitiéndose cierto lirismo, desde asociaciones de
ideas a cacofonías, dejándonos ver que frente al protagonista, al narrador, hay
distintas piezas de puzle. Lo que no conseguimos adivinar es si se trata de un
solo puzle o de varios. El anciano, que depende de una caribeña de la que es
capaz de admirar su desconocimiento de la gramática del idioma, parece cambiar
las reglas de comunicación. Está perdido y se tiene que inventar cómo
comunicarse. De hecho, cuando enuncia su casa, lo hace como si viera por
primera vez la de un extraño.
De
esta manera, nos hallamos frente a alguien que precisa de varios estímulos para
registrar lo que es el mundo. O lo que cree que es el mundo. Sus prejuicios, a
saber, tienen fundamento en el catolicismo y en la antigüedad como lo más
sagrado. Frente a ello, el mundo exterior, la ciudad, es violencia. El tono
crepuscular que consigue McCann va cediendo paso a las relaciones en cuanto
aparece el comensal a quien espera el anciano: su hijo, un tipo más comprometido
con el teléfono móvil y los negocios que con la sangre. La relación se basa en
la costumbre y carece de afecto, en una representación de lo que viene a ser la
decadencia social de las grandes ciudades. De esta manera, adivinamos que uno,
a la fuerza, se ve en la tesitura de romperse sí o sí. Pero no será el anciano
quien se rompa. Porque el relato toma cariz de investigación policiaca, de
intriga, que es el género al que estamos acostumbrados a identificar como
novela urbana. Pero el viaje a la ciudad ya lo hemos hecho antes.
Fuente: Culturamas
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