Historias y relatos
Walter Benjamin
Traducción
de Gonzalo Hernández Ortega
El
Aleph
Barcelona,
2005
123
páginas
13
euros
El hombre que escucha
Aunque no se haya seguido muy de cerca y de forma
completa la obra ensayística de Walter Benjamin, la mayor parte de la gente
conoce su forma de pensar con cierta certeza dado que es, junto a Pascal,
Bertrand Russell o Schopenhauer, uno de los filósofos más citados de la
historia, y posiblemente el que más reflexionó sobre los vaivenes de la
memoria. No sin motivos. Está considerado, por otra parte, como uno de los
grandes críticos literarios del siglo XX, una labor que viene a culminar de
alguna manera con esta obra con la que ahora nos sorprende la editorial El
Aleph. Con frecuencia, se tacha a los críticos de autores frustrados si se les
pretende descalificar o cuestionar su opinión. Creo que se trata de labores
bien diferenciadas, y que el género de crítica literaria bien puede
considerarse como independiente, tal y como vino a demostrar Oscar Wilde en su
ensayo El crítico como artista. Pero
por si acaso, Walter Benjamin cerró filas entorno a sí mismo y a su entidad
como lector merced a un puñado de cuentos, una miscelánea que tiene por
objetivo ser la tarta nupcial en un proyecto literario. Porque el sabor que nos
dejan es muy dulce, perfecto, de narrador purísimo.
Nos encontramos frente a textos breves, momentos
precisos y significativos, en los que se trasluce el gusto por el arte de
narrar propio del hombre que ha construido su entretiempo en la oralidad, y que
detiene el tiempo en unos instantes en que el mundo está cambiando, en trance
de olvidarse del relato esencial, transmitido por el lenguaje preciso, limpio,
de sonido natural. La meditación sobre la memoria aparece muchas veces
representada por el clásico recurso del hombre que narra frente a una
audiencia, recreando un momento propicio, si bien en ocasiones, como en los
primeros cuentos –La muerte del padre, El
palacio D... y, La historia de un fumador de hachís-, es el asunto central
merced a una pérdida y su sentido, la fidelidad a un pasado que se mantiene
secreto o la recreación de unas sensaciones hipertrofiadas y especializadas.
Todos ellos lucen una estructura y un ritmo tan depurados como los del mejor
Maupassant. En algunos otros, como en El
viaje de Mascotte o en Cuenta
Rastelli, la última frase obliga al lector a recomponer todo el texto,
cuando no a leerlo nuevamente para descubrir el otro sentido de lo que ha
estado leyendo. También es capaz de inventarse un personaje fronterizo, tan
enigmático como los más inspirados de Conrad o Stevenson, que protagoniza La cerca de cactus. Las tácticas
narrativas por las que el cuento justifica su existencia con los motivos por
los que debe ser narrado, aparecen en obras como El pañuelo o Una tarde de
viaje, explicándose que si la gente relata un suceso que conserva en su
memoria lo hace para su bien y para bien del oyente, pues habla sobre el hombre
que aprende o quiere decir que el hombre aprende. También practica el relato
muy breve, como en las Historias desde la
soledad, anécdotas biográficas que surgen en periodos vacacionales, cuando
la mirada ha descansado y penetra en los matices singulares, o en Cuatro historias, homenajes al relato
chino, ruso, judío y americano, de un ingenio muy afilado y un dominio de temas
y tramas con mucho fundamento. Hay, incluso, un par de relatos sobre el arte de
la conversación –Conversación sobre el
Corso y Tener buena mano-, en los
que se van enlazando subhistorias en las que no importa si se pretende
demostrar nada, sino la alegría de saberso tomando té con unos amigos.
Finalmente, Benjamin sorprende con un relato gótico que no deja de constituir
todo un cuestionamiento de los simples principios académicos que distinguen
fondo y forma.
Fuente: Tribuna/Culturas
No hay comentarios:
Publicar un comentario