martes, 3 de octubre de 2017

EL BIEN DE LOS AUSENTES

El bien de los ausentes
Elias Sanbar
Traducción de Jorge Gimeno
Pre-textos
Valencia, 2012
125 páginas

Hermano con hermano

Elias Sanbar (Haifa, 1947) es un escritor y ensayista de origen palestino, refugiado desde que cumpliera catorce meses, conocido sobre todo por colaboraciones con el filósofo Gilles Delleuze y con el cineasta Jean Luc Godard, o por ser el embajador de Palestina ante la UNESCO. Ha participado como negociador en varias de las conversaciones de paz que han tenido lugar para encauzar el conflicto de su pueblo con Israel, ese país que los tópicos consideran un “milagro” económico rodeado de un océano de odio árabe. Pero dicho milagro tuvo lugar a costa de la desaparición de un pueblo, dice Sanbar. En el año 1948, fecha de la creación del estado de Israel, tuvo lugar la evaporación de dos nombres: Palestina y palestinos. Al parecer, y tal y como reivindica el propio Sanbar, se intentó borrar ambos nombres, ambas ideas, tanto de los mapas como de las enciclopedias. De este modo, una vez negada la existencia de los palestinos, y la de su hogar, la gran diáspora de este pueblo dejaría de considerarse un exilio, para transformase en una ausencia. Una negación solventada con un vacío.
De ahí que nazca este libro, El bien de los ausentes, una reivindicación que aborda la dolorosa situación, pública e íntima, colectiva y personal, de los que viven esa ausencia, de aquellos a quienes pretendieron convertir en desaparecidos, cuando se trata, en realidad, de refugiados. Y para ello, los tópicos siguen valiéndose de una incompatibilidad, de una confrontación, de una lucha de justicias. Cuando la verdad dicta que el hermano del que sufre es el que sufre. Si Sanbar afirma que los palestinos son los judíos de los israelíes, o tal vez sus pieles rojas, es porque considera que los descendientes de quienes padecieron la shoah son las viudas, los hambrientos, los huérfanos, los enfermos y tullidos que hoy sufren su propia diáspora, sea cual sea el color de su piel y de su religión. Y entre esos hermanos se encuentra buena parte del pueblo palestino.
Partiendo de ese principio de conciliación, que definirá la compasión del narrador, Sanbar escribe unos textos en los que lo autobiográfico forma un cóctel con lo vivido. Ese es el criterio con el que Sanbar selecciona los capítulos de su pasado, buceando en aquellos en que la catarsis psicoanalítica, la personal y la colectiva, sea más significativa que el gancho de un episodio con tintes de humor o aventura o tragedia. Y así construye este libro fragmentado, porque hablamos de una patria fragmentada, de un pueblo fragmentado, de una memoria fragmentada. Pero cada fragmento es una expresión de lo que le ha ido construyendo, y a nosotros con él, y no cabe otra fórmula que no sea la fragmentación para expresar cierto tipo de tristeza: la del perdedor que recibe sobresaltos de dignidad dentro de su pecho.
Utilizando dos pinceladas para describir a quienes se cruzan en su camino, las justas para definir a sus amigos como alguien que aporta valores humanos en los demás, Sanbar va tejiendo un hilo de vida en el que ellos, los desconocidos, se van transformando en nosotros, los amados. Desde su infancia con un exilio incomprensible, hasta su formación culta, en la que Genet tuvo buena parte de responsabilidad. Desde sus múltiples reencuentros con la lucha rebelde, incluida la lucha armada, hasta su antibelicismo militante. Desde el reflejo de la pérdida, poniendo rostro a los fallecidos, hasta la dificultad de negociar la paz poniendo paz en la negociación. Desde los cambios en el mundo propio, incluidos los de la propia nostalgia, hasta el extrañamiento que supone regresar a su tierra y comenzar a plantearse si no es una buena hora para el final de la lucha.
Moviéndose en el peligroso filo que es la motivación del lamento, compartida con la motivación de la rabia, Sanbar construye una obra sobre la necesidad de poseer una conciencia vinculada a los recuerdos. De ahí que no podamos considerar que El bien de los ausentes sea una mera autobiografía, ni tampoco un ensayo. No importa el género. Lo que importa es continuar dando voz a aquellos que ni siquiera se atreven a intentar ser felices.



Fuente: Quimera

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