Lugares en el tiempo
Jean Améry
Traducción de
Marisa Siguan y Eduardo Aznar
Pre-Textos
Valencia,
2011
152 páginas
“Mein Kampf”. Historia de un libro
Anotoine
Vitkine
Traducción de
Marco Aurelio Gualmarini
Anagrama
Barcelona,
2011
263 páginas
Los hermanos Himmler
Katrin
Himmler
Traducción de
Richard Gross
Libros del
silencio
Barcelona,
2011
406 páginas
Una llaga que no cicatriza
Gracias a
obras como Más allá de la culpa y la
expiación, Revuelta y revolución o
Levantar la mano sobre uno mismo, Jean
Améry ocupa uno de los espacios más interesantes entre los ensayistas del siglo
XX. Acosado por el pesimismo, fruto de sus experiencias durante la guerra y los
años posteriores, este hombre tímido se ve tan incapaz de dominar el pasado que
busca refugio en una memoria de puro espectador, confiando en que así se
resuelva su eterno conflicto: explicarse quién es, encontrar su identidad.
Améry se muestra convencido de estar marcado por la persecución, de ahí que en
sus textos y, sobre todo, en las seis balizas que elige para construir Lugares en el tiempo, haga un esfuerzo
muy humano, demasiado humano, por definir su lugar en el mundo. Y dicho
esfuerzo cae en saco roto. En todos los lugares que visita y quedan reflejados
en esta obra, se refiere a sí mismo con una suerte de patronímicos del estilo
de el extranjero, el hombre sin nombre, el huésped, el interlocutor… todos
ellos sinónimos, de alguna manera, de proscrito. Tan sólo hacia el final, en el
capítulo dedicado a su intento de reconciliación con una Alemania con la que
únicamente comparte el idioma, Améry abandona esa forma bastante autocompasiva
de referirse a sí mismo, para convertirse en protagonista exclusivo. Y es que
durante los cinco primeros episodios, durante su paso por lugares como Londres,
París, Colonia, Bruselas, Zúrich, etc., ha utilizado la tercera persona a la
hora de mencionar al protagonista, convencido de que su experiencia no es
única, de que la mayor parte de la humanidad está marcada por los mismos
estigmas que le marcaron a él. Algo en lo que no se equivoca, pese a cierto
eurocentrismo intelectual, dado que elige ser al mismo tiempo él y los
perdedores. Algo casi necesario en quien ha llegado a pasar hambre y ha
protagonizado algún intento de suicidio.
Siempre
presente en sus escritos, la idea del hombre ético también le persigue en estas
páginas. Su recorrido comienza con el vaticinio de la Segunda Guerra Mundial, en el
que ya se siente desubicado, a la fuerza, durante su juventud. Posteriormente
inicia su exilio particular, sin dejar de extrañarse de sí mismo, no importa dónde
repose. Porque el protagonista de Lugares
en el tiempo no parece vivir con los hombres, sino pasar a través de ellos.
De ahí sus problemas para convivir y de ahí su opción vital, la de refugiarse
en la actividad intelectual y estar en el mundo como un voyeur, algo que
ocasiona un inevitable malestar: “El primer día huésped, el segundo una carga,
el tercero aborrecido”.
La
autenticidad del pensamiento de Améry nace de su forma de valorar una
subjetividad que reconoce. Y la subjetividad sirve para que, revisando su
propia biografía, elabore reflexiones, verdades propias, que terminan por
alcanzar valores universales. A pesar de la soledad entre los hombres.
Afrontando la
forma más clásica de investigación, la periodística, alejándose de la
subjetividad de Améry, Antoine Vitkine pretende, por su parte, explicar lo
inexplicable, el éxito del nazismo, cómo se fue instaurando en la sociedad y,
sobre todo, en el espíritu de los hombres. Porque, a la postre, la gran
pregunta a la que se intenta responder es si ese triunfo, efímero, salvaje y
maldito, fue una cuestión que atañera a los sentimientos. De ahí que el libro
escrito por Hitler, Mein Kampf -Mi lucha-,
sea el centro de interés a partir del cual se procede a una investigación que,
en primer término, adopta la figura de un documental propio de una cadena de
televisión especializada en historia. Al fin y al cabo, el proyecto
periodístico original de Vitkine estaba destinado a este otro medio. Pero lo
que se debe contar no cabe en un periodo audiovisual de sesenta minutos, de ahí
que se le impusiera la redacción de estas páginas. Porque lo que se pretende
resumir es la historia del nazismo y las razones de esta historia. Algo que se
ha afrontado tantas veces para caer siempre en la misma perplejidad, aquella
que tan bien describió Víctor Klemperer en su obra maestra LTI: La lengua del Tercer Reich: cómo es posible que se llegara al
reinado de Hitler, cuando su ideario era tan basto como el que se expresa en Mein Kampf, y de sobra conocido mucho
tiempo antes de su toma de poder.
Y esa toma de
poder no fue algo puntual, pues la colonización ideológica y, en buena medida,
emocional, había ido expandiéndose como una mancha de agua sobre la cal de una
pared. Hasta el punto de extenderse a otros lugares del planeta, y de mantener
cierta vigencia, como Vitkine trata de demostrar antes de las conclusiones.
Pero previamente
se ha indagado en la descripción histórica, sometiendo a la historia a uno de
los sesgos clásicos de académicos: considerar que la historia es, en realidad,
la historia de la guerra. De ahí que durante la primera mitad del libro se
llenen las páginas de nombres, fechas, datos, cifras, etc., bajo la convicción
de la violencia inherente al libro de Hitler, al que no se deja de considerar
como parte de la guerra, aunque no necesariamente su parte ideológica. Al
tiempo que se desarrollan los acontecimientos, se estudia el contenido de un
libro que es el compendio de un totalitarismo en el que la ideología es su
componente menos importante. De ahí que tantas y tantas palabras gastadas por
Hitler en negro sobre blanco sean vistas como un panfleto lleno de prejuicios
“con furia de apóstol perseguido”, que llegó a decir su autor sobre su texto
lleno de una violencia bruta.
Más interesantes
es la segunda parte de la obra de Vitkine, centrada en la postguerra y el
sentido de culpa. Aquí se reseñan estudios sociológicos y psicosociológicos,
las reacciones de odio inútil y de odio útil, así como los terrores. E incluso
se cuestiona si a estas alturas sigue siendo conveniente un psicoanálisis del
pueblo alemán. De tal calibre sigue siendo el anatema que afecta a buena parte
de la humanidad.
Y si el
psicoanálisis consiste, en realidad, en reconciliarse no con la historia o la
biografía de uno, sino con el relato de su historia o su biografía, se hace más
que conveniente hurgar en todos los rincones de la memoria para tratar de
cauterizar heridas. De ese empeño surge el libro de Katrin Himmler, Los hermanos Himmler, una autora en
cierta medida marcada por el apellido que comparte con quien dirigiera las SS
en su momento más aterrador. Esta obra comparte con las anteriores la seriedad.
Se trata de otro libro sobrio, de otra indagación acerca de la locura. Para
ello toma como referencia a los tres hermanos Himmler y construye una biografía
plural novelada, uno de esos textos que incluyen su propia construcción en el
relato sin que se vea perjudicado el hilo narrativo.
Al tiempo que
se asiste al crecimiento de los tres hermanos, el lector se convierte en
espectador de la historia de Alemania. Y mientras se construye la psicología de
cada uno de los hermanos, en la que cabe destacar el síndrome del mediano que
caracterizaba a Heinrich, perfectamente descrito sin llegar a mencionarlo, se
busca la explicación de la locura. Pues este es el tema del libro: el secreto
de la enajenación. Y la respuesta que ofrece se encuentra en la falta de
empatía de los actores, una gente que debiera haber sido normal si uno atiende
a los hechos, pero que es inevitable calificar como terribles siendo iguales a
tantos de nosotros. Pues de esta lectura se concluye que cualquier persona
puede carecer de la facultad de compadecer, en el sentido más sencillo de
padecer con los demás. Y es posible que exista algún vínculo entre esa falta de
compasión y el sentido de deber patriótico militar, la imposición de la
germanidad como principio moral absoluto, como esencia nacional ética,
alimentada a fuego por razones socioeconómicas que atañen a las penurias de una
época. Al menos eso sugiere Katrin Himmler.
Con estas
tres obras, uno puede asomarse a la razón del mal. Pero no son suficientes para
prevenirlo. A la postre, no dejan de ser voces que gritan pidiendo que el Cielo
nos libre de recaer en la locura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario