Precoz
Ariana
Harwicz
Rata
Books
Barcelona,
2016
100
páginas
Esta
es una de las cosas que uno hace para huir: no escribir su destino ni intentar
que haya orden en él. La escritura se desata y tomando forma a medida que
transcurre el tiempo y, curiosamente, uno se encomienda a la par a Dios y al
Diablo para que lo escrito merezca la pena. En un tiempo de vanguardias, se
hablaba de la escritura automática y se valoraban los hallazgos que de ella
salían, al igual que se valoraban los objects
trouvées de Picasso o Miró, o los fallos de montaje en películas francesas
que se consideraron osadías artísticas y se llevaron de calle algún festival de
renombre. La primera impresión de esta novela breve, brevísima, es que Ariana
Harwicz regresa a ese experimento, pero con una intención. Lo que ocurre es que
la intención tendríamos que descubrirla al final de la obra. Sin embargo, hay
recursos que se pueden reconocer y nos dan la idea de que esta huida, pues de
huida se trata, está montada sobre un plan.
Lo
primero a lo que uno presta atención es al falso flujo de conciencia. Porque la
narración no cesa de entrar en la cabeza de los narradores, pero con la misma
frecuencia sale para exponer. Este juego de interior y reflejo exterior se
mantiene menos perceptible, dado que no se permite un plano general. Cada
frase, cada adjetivo, cada metáfora, cada objeto es un detalle. Y todos los
detalles orbitan en el alrededor inmediato de los narradores. Hay un egoísmo
confeso y un solipsismo inevitable. Solo conocemos lo que podemos ver de cerca.
Y lo que sea que se nos arrime, nos provoca odio. La novela es visceral. Y las
vísceras, por norma general, o no saben decidir lo que es mejor para uno, o se
manifiestan en los momentos miserables, destructivos. Las imágenes que crea,
son por momentos inauditas. La idea desencadenante, la de ser madre como
locura, también. De esta manera, los personajes cuyas voces se alternan, son lo
que es necesario ser en cada segundo. Se ven a sí mismos y se extrañan. La
impresión es la de una narración con daños cerebrales o con asociaciones
provocadas por el LSD. Pero no se nos permite entrar de pleno en la obra, se
nos obliga a mantener la distancia, a tener conciencia de que estamos leyendo,
no participando, no observando. Porque este no es nuestro mundo o no es el
mundo que realmente queremos, aunque sea el que practicamos: “Yo hubiera sido
una buena toxicómana, una buena beatnik, si no fuera porque vengo de una
familia con clase y desconectada de los sucio donde papá y mamá hablaban en la
mesa y hasta se miraban. Si no fuera porque acariciaban a los animales domésticos
y elogiaban mi belleza. La belleza de la juventud que no da opción, los demás
la quieren, tenés que ofrecerla. No vale no adornarte, no vale no quedarte a la
luz, ¿conocés a alguna joven bellísima que trabaje en un sótano?”.
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