Llega el momento de las vacaciones. Una época que ha cambiado mucho en los últimos años. Las carreteras secundarias no están llenas de SEAT 600 que se dirigen al mar o a la montaña, a Benidorm o a Picos de Europa. Ahora la decisión es otra: nos quedamos cerca o nos vamos lejos. Nada de discutir sobre playa o valle. Aunque todavía está presente en nuestra costumbre, el viaje se ha incorporado como tercera elección y, tal vez, la más frecuente.
Si el mes pasado dábamos cuenta de novedades para amantes de la montaña, este deberíamos prestar atención a los testimonios del mar. Pero se echa de menos una colección dedicada a los océanos y los hijos de Moby Dick. Sin embargo, el viaje sigue vigente en nuestros escaparates. Península, por ejemplo, tiene en su catálogo una estupenda colección, ODISEAS, en la que se recuperan textos de Alfonso Armada, Juan Goytisolo, Bruce Chatwin o nos descubren a Xavier Aldekoa. Altaïr va poco a poco creando un hermoso catálogo en su colección única, HETERODOXOS: Bru Rovira, Juan Villorio, Norman Lewis… todos merecen la pena. Y aprovechando el momento, Ediciones B recupera su biblioteca GRANDES VIAJEROS, con Goethe y Alí Bey como protagonistas. Libros del K.O., Capitán Swing, son editoriales que también prestan atención al viaje. Y Errata Naturae a través de sus joyas en LIBROS SALVAJES, tal vez la colección de naturaleza mejor de la historia editorial española. Una temporada en Tinker Creek, de Annie Dillard, por ejemplo, es uno de los mejores libros del año.
Pero en lo que buscamos la playa bajo las aceras, hasta encontrar unos pocos libros del mar, novedades interesantes, hemos prestado atención a este proyecto, exclusivo sobre el viaje: La línea del horizonte.
Estos son los cuatro libros editados por ellos que más nos han gustado. No ha sido fácil.
Crónica japonesa
Nicolas Bouvier
Traducción de Glenn Gallardo y Martin Schifino
Reseña del libro en Culturamas
No hay otro país como Japón en la ancha geografía espiritual de este exquisito narrador suizo. Desde su primera estancia en 1955 volvió en diversas ocasiones hasta 1970, seducido por la complejidad de su cultura y el abismo pendular de sus contradicciones que Bouvier asume fascinado. Todo un aluvión de premios literarios celebran una prosa única que enlaza con instinto poético la levedad del momento, con la magia del pasado; la atmósfera zen de los lugares con un halo de intima emoción que nos atrapa a su lectura.
En 1955 Japón ha dejado atrás, más de una década después, los efectos de la derrota en la guerra, pero sigue siendo un país ensimismado, rural, pobre y receloso del extranjero. Como apunta su biógrafo, François Laut, “Nicolas Bouvier será uno de los últimos occidentales en vagabundear por este Japón que causaba la admiración de los viajeros del XIX con sus bahías encantadas, sus lagunas, sus montañas, sus desfiladeros, sus arrozales y sus bosques de cedros”. Como su admirado Matsuo Basho, quiere recorrerlo a pie y así lo hace en algunos tramos que levantan como, el polvo del camino, una levedad de aire zen, un gozo perpetuo, y, siempre, un sentido poético de la extrañeza. Japón será su “fin de viaje”, en esa larga travesía emprendida dos años antes desde Yugoslavia con su gran amigo el dibujante Thierry Vernet. Ninguna regla, salvo la de “vivir con intensidad” e ir costeando la aventura con toda clase de trabajos imaginables. En el año que pasa en el archipiélago, la experiencia del viaje sedimenta, recala en el sentimiento del lugar; un estar contemplativo y sereno que muestra que la liviandad contiene en sí la gravedad, y el conocimiento, la emoción perceptiva.
Desembarca en Yokohama el 20 de octubre de 1955 y se instala en el barrio de Araki- Cho en Tokio y más tarde viaja a pie por otros lugares durante esos doce meses. Diez años después vuelve por otro año con su mujer e hijo y seguirá trotando por sus rincones con una curiosidad siempre ávida pero templada, sin juzgar, ni menos despreciar, lo que transfigura el relato con el humor, la poética y la finura de un Haiku. Trufado de una historia del país tan prolija como liviana en su escritura, esta Crónica japonesa es de obligada lectura para quién quiera adentrase en la magia y la melancolía de una cultura milenaria. Desde la leyenda de su origen, hasta su compleja relación con China, Occidente y la modernidad, pasando por el zen, el teatro nō, el budismo, o la vida cotidiana en sus confines rurales y en el estrépito de sus ciudades.
El barco de Ise
Suso Mourelo
Reseña del libro en Culturamas
Suso Mourelo recorre Japón con brújula literaria. Desde grandes ciudades a tranquilos enclaves rurales, el objetivo es conocer los lugares donde transcurrieron las novelas de sus autores preferidos: el Tokio del escritor maldito Osamu Dazai o la pequeña isla de Kamishima que sirvió de inspiración a Yukio Mishima; el Kioto de las historias fetichistas de Junichirô Tanizaki o el refugio de montaña en el que Yasunari Kawabata situó País de nieve. Junto a ellos nos asomamos a otros autores como Masuji Ibuse, Natsume Sôseki o Ueda Akinari, y viajamos a las páginas de clásicos como Chikamatsu Monzaemon o autoras como Takasue no musume o Murasaki Shikibu. Un relato trenzado en otras ficciones donde asoman escritores nipones de todo tiempo y algunos de los europeos que sucumbieron al hechizo japonés como Lafcadio Hearn o Nicolas Bouvier. Con la referencia de este universo literario el autor deambula por el país, al mismo tiempo que conversa con sus gentes, convive en la intimidad de sus hogares e indaga sobre las circunstancias de una sociedad que vive una mutación asombrosa. Suso Mourelo compone un relato que, al modo de un largo haiku, nos guía por la memoria literaria a golpe de sensaciones e imágenes del presente.
El valle feliz
Annemarie Schwarzenbach
Traducción de Juan Cuartero
Reseña del libro en Revista de letras
Una estancia en el valle persa del río Lahr, es la excusa para reelaborar un texto anterior y convertirlo en el espejo de sus dramas íntimos. La de Annemarie Schwarzenbach fue una vida corta pero intensa marcada por la angustia existencial, la homosexualidad, las drogas y la búsqueda de la identidad en largos viajes por Persia y Oriente, Europa, Estados Unidos y África. La inseparable amiga de Klaus y Erika Mann, la compañera de viaje de Ella Maillart, la amiga de Malraux y la gran pasión de Carson McCullers traza en estas páginas su relato biográfico más intimista y el más osado debido a una sinceridad implacable. La vida en este valle, recreada años después, se convierte en una alegoría de la soledad, el amor y la muerte, pero también del esfuerzo por sobrevivir a pesar de verse a sí misma “perdida, apátrida, a merced del viento, del frío, del hambre… siempre sola, empujada hasta el mismo borde del abismo”. El recuerdo de lo vivido en este lugar, donde parecen acabar todos los caminos, será también un acicate para renacer y extraer de la memoria y las experiencias pasadas nueva energía para seguir adelante.
Días de ocio en la Patagonia
William Henry Hudson
Traducción de Ricardo Martínez Llorca
Reseña del libro en FronteraD
Días de ocio en la Patagonia narra la estancia feliz de este exquisito autor en tierras patagónicas. En 1871 Hudson se adentra en la provincia de Río Negro donde permanece varios meses. Su viaje se convierte en una excusa para reflexionar sobre la experiencia de la contemplación como vía para explorar las regiones sensibles del alma. A medio camino entre el relato de viajes, el ensayo y el diario de un naturalista, este relato es un testimonio único sobre la vida de los colonos y gauchos a finales del XIX, así como de la paulatina desaparición de las poblaciones indígenas. Pero no fue esto lo que atrajo al escritor a estas remotas tierras del sur argentino, sino su pasión por la ornitología. De allí las minuciosas descripciones de fauna y aves que aparecen en el libro: su canto, sus costumbres, su aleteo… son tan vívidos que la música de trigueros, ruiseñores patagónicos, pinzones y petirrojos arropan la lectura como en una sinfonía de Messiaen. Un clásico de la literatura naturalista.
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