Un libro buenísimo que reseñamos para Culturamas
American Smoke.
Viajes al
final de la luz
Iain
Sinclair
Traducción
de Javier Calvo
Alpha
Decay
Barcelona,
2016
381
páginas
Eso
que llamamos el Sistema, con mayúsculas, es un castillo inexpugnable. Allí
habita lo más conservador, lo de toda la vida, la tradición que se nos ha
vendido como lo nuestro y que, con frecuencia, con demasiada frecuencia, es una
bazofia de cuidado. Los cocodrilos que rodean la muralla visten togas o se
sientan en sillones presidenciales, pero también los hay más pequeños, los que
presiden una cofradía de semana santa dispuesta a dirigir una recua siniestra
una noche de marzo. La enumeración más evidente del sistema incluye al
Pentágono y la guerra de misiles, al Papa y a Bin Laden, a los lobos de Wall
Street y sus monaguillos en las bolsas de Japón y de Europa, a la lectura de la
historia como una sucesión de batallas dignas de El Guerrero del Antifaz y a
las leyes que salen de unos parlamentos que desconocen el alma de la calle. Y,
por supuesto, a la patria como concepto geográfico, con lo que ello implica: la
policía y los ejércitos, los notarios, las cárceles, los pasteles de boda, la
recalificación de suelos y cualquier negocio redondo.
Pero
que el castillo sea inexpugnable no quiere decir que no debamos intentar
tomarlo al asalto. Quienes se atreven a intentarlo deben tener en cuenta varias
ideas que tienen que ver con la derrota. La primera, que siempre existe más
dignidad en el sudor que en la victoria. La segunda, que no hay ningún mal en
aceptarla, siempre y cuando uno no abandone su recinto y la batalla dentro de
su aura. La tercera, que la derrota no es nada grave si uno sabe cómo coquetear
con ella. Ahí está, para invitarla al baile. Eso es lo que hace Iain Sinclair
(1943) en este tan extraño como extraordinario libro de viajes. Extraño porque
el viaje apenas ocupa unas páginas, sobre todo las finales del libro.
Extraordinario por la forma en que va enlazando ideas tomando como punto de
partida la generación beat, aunque Sinclair concluye que la generación beat no
es una generación, pues en la historia tiene un recorrido transversal. Puede
que comience en Burroughs, pero termina, o no, en Roberto Bolaño. Con una
erudición prodigiosa, Sinclair nos ofrece asociaciones sin descanso. En este
denso libro de viajes es el territorio el que le habla. Y no tiene ningún
problema en asociar la piscomagia a los donuts, la saga Crepúsculo a las obras
de Kerouac, el fútbol a los poetas malditos. Porque en realidad el libro,
trazado sobre el mapa de Estados Unidos, tiene como centro de interés la
contracultura, a esa gente que intentó asaltar el castillo del Sistema, tanto
como la situación actual de los Estados Unidos como paradigma de la cultura de
masas.
El
efecto de acumulación nos habla de un autor que es coleccionista, en este caso,
coleccionista de perfiles. Son varios los viajes que le han llevado a
diferentes partes de Estados Unidos, de los que extrae lo mejor de Kerouac, sin
duda, ese atleta del exceso de la bebida, como Malcolm Lowry, quien halló una
patria más real en México. Pero también siente la compañía de autores no tan
conocidos aunque igualmente importantes: Charles Olson, Alexander Baron, Pavel Cohen,
Gregory Corso. Con menor presencia, pero también de forma significativa, está
Tom Wolfe o Thomas Pynchon. Aunque el autor, el vividor que da más sentido a la
obra, posiblemente sea Gary Snyder. Pero previamente a la aparición de Snyder y
lo que él significa, hemos asistido a doscientas páginas de un caos muy bien
elaborado. Porque no cabe otra estructura para hablar del magnetismo de la
estirpe de los malditos. Que no incluye solo a escritores, también a cineastas
y a mecenas. Sinclair ha escuchado el pasado de los objetos y del territorio,
pero sobre todo ha leído mucho, con el espíritu de quien cree en los libros
como objeto de culto. Una forma de evaporar las murallas del castillo del
Sistema. Como lo es santificar la austeridad e incluso la pobreza, algo en lo
que no repara elogios o, para ser más exactos, una buena forma de hablar de las
cosas buenas. Pues en el estilo de Sinclair no caben elogios directos, al igual
que no caben menosprecios y, sin embargo, si consigue que se respire cierta
crítica hacia los representantes de un modo de vida que se propuso humanizar el
mundo. Y esa humanización incluye lo alternativo y también lo kitch.
Sinclair
se plantea este American Smoke como
una ruta que permite inventar recuerdos, como si revisitara lugares y personas.
Los pasajes oníricos, los supuestos de la imaginación, nos acompañan a lo largo
del libro. Aunque los hachazos que recibimos una vez comenzamos a creer en
ellos son del calibre de una visión de Lovecraft o la equiparación de la
excentricidad a la estupidez humana. La gente inteligente sobre la que indaga,
puede ser a la vez tan tonta como ingeniosa, pues siempre consigue abrir el
cofre de lo confidencial de cada uno de ellos. Y de nuevo hay que mencionar
otros nombres, como Dylan Thomas, Alan Ginsberg, gente hecha a sí misma a
imagen y semejanza de su oposición al Sistema. De hecho, llega un momento en
que uno tiene la impresión de que son ellos quienes han elaborado el libro para
Sinclair. Le han dado todos los ingredientes que él solo tiene que cocinar.
Hasta
que llegamos a las últimas cien páginas, donde detalla su ruta en automóvil por
la costa oeste y su encuentro con Gary Snyder. Snyder es un genio
conservacionista, un purista del ecologismo, de lo salvaje. Alguien a quien
cabe achacarle no estar en posesión de la verdad, si es que la verdad es
pertenecer al Sistema, como cree la mayoría de la gente. Porque la verdad es lo
que construyen los medios de comunicación. Sin embargo, antes de que nadie le
haga ningún reproche, Snyder confiesa su certeza: sabe que ha perdido la
guerra. Y luego sigue batallando: “Snyder no se engañaba (…). No se le puede
vender a la gente simplicidad voluntaria”. Tal vez esta frase sea la que mejor
resume el espíritu, en todos los sentidos de la palabra, de este genial American Smoke.
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