Berlín y el barco de ocho velas
Jesús
del Campo
Minúscula
Barcelona
149
páginas
Un
viajero que es capaz de afirmar que “el paraíso es un lugar muy peligroso.
Cuanto más alto el propósito, más numerosos los actos que se consideran
justificables en su nombre”, es un viajero que ha visto mucho. Tal vez no el
que más kilómetros ha sumado, pero sí el que no ha perdido el sentido de cada
pisada. Esa idolatría por el viaje, como si el hecho de viajar fuera el
paraíso, no deja de ser otro becerro de oro. Bien lo sabe el buen viajero. En
este caso, lleva por nombre Jesús del Campo y es uno de los escritores con la
prosa más sensible de nuestra literatura. Es un viajero alerta, con la mirada y
con el oído, que está reconociendo siempre los recodos donde encuentra algo de
armonía. Una armonía que puede haber hasta en el arroyo urbano.
Jesús
del Campo acampa en una casa de huéspedes en Berlín y sale a la calle. Luego
nos relata lo que ve y lo que piensa como si nos estuviera sucediendo a los
dos, al autor y al lector, al mismo tiempo. Elimina los detalles, los gestos
innecesarios y los lugares comunes, para quedarse con lo que significa algo:
los poetas y la historia. En un ejercicio literario de altura, no rechina
encontrarnos en la misma frase a John Keats y a Himmler. Pues Berlín es la
ciudad con el estigma, con la marca de Caín, que el autor desgrana en el
ambiente con lo que alcanza a conocer: “no hay proposición que no implique el
universo entero; decir tigre es decir todos los tigres que lo engendraron, los
ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la
tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra”. Y así, las
asociaciones líricas que le van surgiendo a lo largo de sus paseos de voyeur,
caen en cascada: se deja llevar, no se ata a un programa predeterminado.
Practica la libertad literaria bien revisada.
Berlín
es para Jesús del Campo un cruce de destinos, donde halla a personajes
históricos que protagonizaron lo que registra los libros de texto, pero también
a quienes sufrieron la historia. Lo cual supone que no rehúye de la melancolía,
esa que recibimos de ellos, de quienes no conocemos, esa que practican los
mejores escritores, echando de menos lo que no conocieron. En este caso, se
traduce en la tristeza de un Berlín vencido. Pero en los rasgos de dignidad que
sobrevuelan y atraviesan, aquí y allá, a algún hombre. Él sabe que la dignidad
debería ser el gran tema de la narrativa, y acude a ella mientras pasea por
Berlín, recordando la historia entera de Europa, que resume entre líneas en
estas pocas y exquisitas páginas.
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