Luz en las grietas
Ricardo
Martínez Llorca
Desnivel
Madrid,
2016
176
páginas
Morir
con pasión
Teresa Rivas
El
propio Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) lo menciona en algún momento
del libro: conocer la cercanía de la muerte, ser consciente de que puede
suceder, ayuda a ver el mundo como un paisaje y a dejar testimonios breves,
pero de una crudeza muy hermosa. El ejemplo que saca a colación es la carta de
Oliver Sacks, una especie de guillotina en la que da por liquidado un paso por
este mundo, que oculta tantas cosas por las que merece la pena haber vivido. En
el caso de Martínez Llorca, esta carta de despedida se ha ido prolongando a lo
largo de días, semanas, meses hasta que, una vez ha certificado la función de
la despedida, bonita paradoja, culmina las ciento setenta páginas de uno de los
libros más inquietantes y poéticos de las últimas décadas. Y no solo en España,
sino a nivel mundial.
La
importancia capital de esta obra, que nadie debería perderse, engañado por la
publicación en una editorial especializada en literatura de montaña, radica en
la reconciliación con la literatura de la sinceridad. En una época en la que se
confunde la literatura con la literatura, conviene retroceder a las raíces de
lo que somos. Eso es lo que supone Luz en
las grietas. Nos explicamos mejor. El paraguas bajo el que se cobijan los
autores en boga y los emergentes, se llama, por norma Roberto Bolaño. Sebald o
Vila Matas, incluso Borges, no andan muy lejos. Todos ellos han vivido a través
de la literatura y será con esa materia con la que construyan sus sueños. Los turistas, Hermano de hielo, Los
inmortales, todo Nocilla, por poner algunos ejemplos dignos, están
construidos con un fuerte armazón de técnicas literarias. Pero quedan lejos del
impulso directo, del azote que nos acompaña más allá del libro. El texto no es
solo la escritura y la estructura. Ni la prosa. Una obra literaria contiene
texto en tanto que representación de la vida. O, como es este caso, de la
enfermedad y de la muerte, que es lo que expresa con literalidad. Pero está
lleno de fulgores vitales. Y eso es lo que se impone. Al margen de ello, como
en las obras anteriores de Martínez Llorca, no hay ni una palabra barata.
Escribir
es conjurar a los fantasmas. Toda una vida está presente durante la experiencia
de la escritura, si uno es sincero. Eso supondrá saldar cuentas y atreverse a
poner el corazón al desnudo. En un caso testimonial, donde la debilidad de un
corazón famélico y la soledad que acompaña al narrador, desde la muerte de su
mejor hermano, el riesgo es caer en la pornografía sentimental. Martínez Llorca
lo evita refugiándose en una musculatura que no permite al lector ser ajeno a
la suerte del narrador, que es tanto como decir a su vida. Porque nada de lo
que aparece es ficción. Hay, sí, una exteriorización ética, como en la
representación del Doctor Jeckyll y Míster Hyde que suponen los dos hermanos,
polos opuestos. Pero el libro, tan demoledor como lírico, trata sobre la
presencia de la dignidad contra viento y marea, contra los empujones de un
físico desprotegido y una ausencia por parte de los padres que no se menciona,
pero por eso mismo resulta muy intrigante. Frente al acoso escolar y la defensa
del débil, que le supondrá un derribo tras otro, Martínez Llorca nos abre una
ventana en cuanto entra en la pasión. La vida sin pasión es menos vida. Y en su
caso, tras una infancia forzosamente contemplativa, conoce el verdadero amor en
la amistad al aire libre, en los grandes viajes que protagoniza, hasta que se
rompe en uno de los episodios que da más temor leer, o en la montaña, donde
perdió la vida su mejor hermano y sobrevive a situaciones límite. La literatura
como pasión, no podría ser ajena a alguien que nos recuerda que nos olvidamos
con frecuencia de lo que somos, sobre todo cuando nos va bien, y se impone. Por
eso, porque se impone la literatura más natural, de la que bebió Borges o Bolaño,
es por lo que este será uno de los grandes libros en décadas.
Fuente: Quimera
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