Fuente: Culturamas
El desapego es una manera de querernos
Selva
Almada
Literatura
Random House
Barcelona,
2016
290
páginas
En
los relatos de Selva Almada (Entre Ríos, 1973), mientras uno vuela, las
palabras, por debajo, van creando una parrilla donde si uno se arrima mucho se
puede asar. Si existe la belleza suprema que dé sentido al mundo, queda
bastante lejos de los márgenes de la página, en un territorio donde también se
sentó a descansar la bondad, años antes de que nacieran estos textos, aunque
siempre queda la sabiduría de que si sueñas, regresas a ese paraje. Porque a
pesar de la oscuridad, esta no deja de ser la que genera un lugar donde es
complicado ser dichoso, pero sí uno sabe buscar entre la sombra encuentra la
moral. El agua no es mansa, pero sigue siendo agua.
El
desapego es una manera de querernos reúne en un volumen cuentos publicados por
separado, pero en los que se reconoce un proyecto literario. El encofrador de
este proyecto conoce la dificultad de las relaciones humanas, y la dificultad
de cada individuo por relacionarse con lo que hay al final de las relaciones
humanas. La vida es una etapa que, como el sarampión, no queda más remedio que
pasarla. Los personajes pertenecen al mundo de los derrotados, esos a los que
la vida no les permite olvidarse de que están vivos, un descanso al que todos
aspiramos. Y así es como de la dignidad queda poco rastro, ese que implica
quererse a sí mismo un poco, que no deja de ser una forma artificial de
compensar la imposibilidad de olvidarse de que uno está vivo.
La
familia, o la no familia, es una constante, y podría ser un epítome de las
fuerzas más grandes de relación, a escala universal. En ese núcleo familiar,
como en las relaciones con los conocidos o los extranjeros, se duda hasta de la
conveniencia de una cortesía, porque se duda hasta de que lo oportuno sea
llevarse bien. En cualquier caso, lo que sí nos azota en las narraciones de
Selva Almada, es que la familia es una farsa, que creer en el amor por la
consanguinidad es una trampa. Para ello recurre con frecuencia a situaciones
como los velatorios y los viajes a los velatorios, donde las relaciones entre
las personas y con la Parca, y también con el instante antes de morir, eso que
viene antes de la muerte con toda su consciencia, nos plantea la duda universal
del derecho a querer y el tropezón de no ser querido. De ahí que los abandonos
familiares estén a la orden del día dentro de este libro. También el de la
madre que abandona a sus hijos. Al mismo tiempo, en cada relato asistimos a
unidades familiares, por norma general matrimonios o parejas, que funcionan
bajo las leyes que ellos han creado y escrito en un código que resulta ilegible
para los demás.
Los
niños juegan un papel vital, pues la infancia podría ser la etapa superior del
desarrollo del hombre. Y ese podría indica que para Selva Almada existen las
dudas, hasta en la generalización de la felicidad del juego infantil. Al fin y
al cabo, la infancia será la culpable de la nostalgia. Y cuanta más nostalgia
sintamos, más hemos perdido el sentido de aventura, del descubrimiento. Lo que
viene después de la infancia, la pubertad, todavía conserva el refugio del amor
platónico, pero ya conoceremos las desavenencias y, quién sabe, tal vez a
nuestro primer muerto. A partir de aquí, vivir será recorrer o permanecer
quieto en un territorio lleno de trampas, algunas colocadas ahí por nosotros
mismos. La distancia que Selva Almada elige para describir cada trampa, o para
ocultarla cuando es necesario, es algo al alcance del talento de muy pocos.
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