Sueños árticos
Barrry
López
Traducción
de Mireia Bofill
Capitán
Swing
Madrid,
2017
536
páginas
Sueños árticos
pertenece al género de libros que no se merecen una reseña: se merecen una
introducción de Robert MacFarlane. Porque más que literatura pertenece al
género naturaleza, y en concreto a historia de la naturaleza. Superadas varias
décadas de su edición original, su valía se equipara a la de los documentales
de Jaques Costeau, por ejemplo. Vistos a día de hoy, tal vez resulten un poco
envejecidos. Pero son el tipo de emociones que uno vivió con intensidad, cuando
no había Candy Crash cerca para
distraernos si entrábamos en la naturaleza por la televisión o a través de un
libro. Como género literario, su mayor valor es la sinceridad o, lo que resulta
muy parecido, la ternura. Sin este tipo de obras no habrían existido las
películas espectaculares que narran la epopeya de los pingüinos emperador, por
ejemplo. Porque gracias a Barry López (Chester, 1945) y a Félix Rodríguez de la
Fuente, muchos fueron los que entendieron el valor terapéutico de la
naturaleza: nosotros también somos naturaleza y es en ella donde nos
reconocemos.
No
vamos a negar que desde 1980 hasta la actualidad los sueños árticos científicos
han evolucionado haciendo de este volumen un acierto con fecha de caducidad.
Pero para eso existen los apéndices y las labores de los editores, que como es
frecuente en Capitán Swing, parece que no saben fallar. Ahora bien, ¿qué tiene
de especial la naturaleza del Ártico, un lugar de hielo flotando sobre mar,
para que Barry López le preste una atención merecida? Este libro responde a la
curiosidad propia de los niños: “la influencia del paisaje ártico sobre la
imaginación humana, de qué forma altera el deseo de hacer uso de un territorio
nuestra valoración del mismo, y cómo reacciona nuestro sentido de la riqueza
cuando nos encontramos frente a un territorio desconocido”. Lo dicho: la
curiosidad de un niño. En este caso, el niño es casi toda la raza humana que,
de repente, cuando todo está cartografiado, reconoce que hay millones de
kilómetros cuadrados de los que no sabemos nada. Y allí puede albergarse el
terror o, por qué no, el paraíso. Con el trato que da Barry López a la
antropología, la zoología, la geomorfología del Ártico, la tentación es a
desear que sea el paraíso. MacFarlane apunta en su introducción a la
observación lírica, a la cultura, a la filosofía. Se olvida de resumir todos
esos conceptos en poesía. Poesía, sí, pero con una literatura de precisión. De
existir espirales, no serán giros lingüísticos, serán fenomenológicos o
filosóficos.
Pero
para evolucionar hasta allí, en esta época en que viajar es una maldición que
se ha trasladado a las redes, Barry López necesitó conocer de primera mano el
lugar. Frecuentarlo, como frecuenta MacFarlane el olmo próximo a su casa en
Inglaterra para ver trepar las hormigas por las ramas. Barry López atiende a
los detalles, pero no olvida la visión periférica. Es increíble la versatilidad
que posee a la hora de asociar ideas o experiencias. Siempre pensando en que la
estética y la ética son sinónimos, porque la forma de observar es moral o no es
observar, es un mero registro. De esta forma es como uno consigue empatizar con
un lugar, aunque se trate del menos apto para la vida humana. No podemos
alejarnos mucho de sus antecesores: Thoreau, Emerson, Muir, Melville… pero
también, a juicio de MacFarlane, Steinbeck, porque los destinos de la
naturaleza y la humanidad son inseparables. También pensamos en Mathiessen, en
Edward Wilson, en Snyder. En todo lo que sea sabiduría comprometida, identidad
humana, riqueza de la imaginación, fuerza ética y paisaje. Mucho paisaje.
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