Fuente: Revista de letras
A propósito de Majorana
Javier
Argüello
Random
House Mondadori
Barcelona,
2015
335
páginas
19,90
euros
La luz
trazando un arco
Las
teorías físicas dictan que el espacio es curvo. Por el espacio viaja la luz
describiendo un arco hasta perderse en un infinito de nubes gaseosas, piedras
pómez y muchísimo silencio oscuro. Bajo esta suposición, los científicos trazan
hipótesis acerca de la extensión del universo. Pero Javier Argüello (1972) es
un escritor argentino, nacido en Chile, con residencia en Barcelona y que, por
tanto, ha recorrido parte de ese espacio por el que viaja el tiempo en forma de
luz. En esta novela, A propósito de Majorana,
es capaz de llevar la curvatura de ese espacio tiempo hasta crear algo insólito
para la mente de un científico. Pero para comprobarlo, es imprescindible llegar
hasta el sorprendente final de esta novela. A
propósito de Majorana es una novela de intriga; pero también bebe de otras
fuentes, como la manera de posponer el final, si es que este ha de llegar,
propia de Kafka. Se reconocen en ella otros referentes en la trama: un
periodista viaja a Nápoles para indagar acerca de la desaparición de un científico
ocurrida en 1938, es decir, durante la investigación nuclear que desencadenó,
entre otras cosas, el horror de la bomba atómica. Por otra parte, el viaje lo
hace a bordo del barco pilotado por un navegante solitario que viaja casi sin
destino por el mar Mediterráneo, con quien mantiene diálogos en los que destaca
la capacidad reflexiva del ermitaño. La estructura propone acciones en paralelo
que sin embargo suceden en un orden no aleatorio, pero tampoco cronológico. Una
vez en Nápoles se encuentra atrapado por ser sospechoso de una desaparición. En
cada puerto, en cada uno de los lugares donde se desarrolla parte de la acción,
encuentra un amor platónico; su supuesto amor real, su prometida, espera
noticias de él en Barcelona. Pero él no es dueño de su destino y se encuentra a
merced de los dioses que rigen lo que surge a cada paso. Dicho de otra manera,
hasta La Odisea puede ser parte de
las fuentes de las que bebe Argüello. El simbolismo del mar, de las costas, como
lugar de acogida al tiempo que de muerte, es una presencia constante en la
novela.
El
protagonista es quien nos narra la historia. Tiene el suficiente punto de
arrojo o de desfachatez como para que no quepa tildarlo de antihéroe. Sin
embargo, se trata de una de esas personas que necesitan que alguien les diga lo
que tienen que hacer. Sin capacidad para controlar el destino, como debería
tenerla un buen detective de novela negra, la autoestima del personaje no deja
de enderezarse y torcerse a cada página. Más aún cuando los dos personajes desaparecidos
que condicionan la existencia de esos meses que se relatan poseen todas las
virtudes de las que él carece: el reconocimiento mundial de un científico al
que quisieran otorgarle el beneficio de la evaporación romántica, y el vividor
que ejerce de maestro sin pretenderlo. Frente a esto, el protagonista relaja
voluntariamente los lazos que le unen a su pasado, porque ve en el viaje la
ocasión de reinventarse, porque su vida como la había conocido ha agotado todas
las posibilidades. Y para ello Nápoles, con su caos, es el lugar idóneo, un
lugar donde los experimentos de sociología urbana se extinguieron siglos atrás,
marcado por los cartagineses sobre las empalizadas griegas, capital de
expansión del imperio borbónico, sometido al tópico de la Camorra; un lugar
donde puede haber sucedido ya todo lo que tiene que ver con la civilización
occidental, las lealtades y traiciones humanas, y la supervivencia.
Con
una elaborada fórmula de trabajo, Argüello dosifica los datos de cada una de
las vías cronológicas que sigue la narración. Se trata de desvelar el pasado,
pero el pasado de los otros personajes, sobre todo de los dos desaparecidos, en
tanto que se mantiene oculto el del narrador. Lo cual nos hace suponer que
apenas es nadie. Sin embargo, sin ser nadie Argüello consigue que ese narrador
cambie el tiempo como se cambia el espacio. Lo que para los físicos es un
problema, para el literato es un reto o un juego, en función de la seriedad con
que uno quiera afrontar la lectura. Que las casualidades no existen es una
frase hecha propia de libros de autoayuda. Javier Argüello consigue sacarle un
partido excelente a ese dicho. Y, de hecho, lo transforma en una duda que se
desarrolla a lo largo de un relato. Porque Argüello es, por encima de todo, un
muy buen narrador.
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