La vida al alcance de todos
Antonio Picazo ha escrito sesenta biografías de viajeros de toda índole, nobleza y calaña que nos enamora por su desenfado en la escritura. Hombres y mujeres –unos más famosos, otros desconocidos para nosotros– que un día emprendieron camino con la maleta o el petate.
Si algo cabe achacarse a este libro, Viajeros lejanos, es que Antonio Picazo sea consciente de la necesidad de seleccionar a las personas cuya vida va a reseñar. Sesenta es un número aparentemente prometedor; pero a cualquiera le hubiera gustado que fueran ciento veinte, doscientos, mil; porque uno no se cansa nunca de ir leyendo cada breve capítulo dedicado a cada uno de los viajeros. La empresa de elaborar una enciclopedia de viajeros es descomunal. Así pues, Picazo edifica un libro personal sobre algunos viajeros. La selección es incandescente. En primer lugar, porque basta un primer vistazo al índice para preguntarse por qué no figura ahí Thomas Cook o John Muir o Cristóbal Colón o Reinhold Messner, o tantos otros. La constante intriga acerca de las razones que llevan a Picazo a seleccionar al siguiente viajero mantiene al lector con todos sus sentidos en el texto. En segundo lugar porque, excepto el propio autor, nadie o casi nadie podría haber dado con muchos de estos personajes. Cualquiera puede pensar en Peary o Stevenson. A muy pocos se les hubiera ocurrido que el lugar de T. E. Lawrence lo ocupara Gertrude Bell. Para explicar la razón que le motiva, uno no puede por menos que escrutar cada frase hasta hallar la que marca la intriga. Esa misma intriga que ocupa el tercer lugar en la incandescencia: la maldición de que no sean más extensos los textos.
Afortunadamente, Ediciones del Viento construye un libro bellísimo, uno de esos que da gusto tener entre manos. Además, completa los relatos con bibliografía, filmografía o enlaces páginas web donde completar el paisaje de cada biografía. Y siempre añadiendo las mejores imágenes para representarnos al viajero o los mapas que trazó o los lugares de paso o los lugares a los que ancló su destino.
En apenas una tarde, cualquiera puede dar buena cuenta de esta sucesión de vikingos, embajadores medievales, colonizadores, navegantes, naturalistas, escritores, espías, antropólogos, arqueólogos, renegados o inventores. Un único rincón del mundo, la Antártida, queda alejada de esta selección: podemos echar de menos a Shackleton o Admunsen. Pero con lucidez descubrimos a un desconocido polaco que recorrió África en bicicleta a principios del siglo XX, o a un hombre cualquiera que hizo detenerse a un autobús para decir “a partir de ahora iré andando”, antes de adentrarse en la selva. Nadie discutirá la presencia de Fitz Roy, que a estas alturas se valora tanto como la del propio Darwin, su compañero de viaje, cuya fama, al ser mayor que la del capitán del barco, hace menos necesaria su presencia. En apenas un esbozo, eso sí, Picazo nos da cuenta de la personalidad de cada uno de ellos, de su talante pendenciero o su bagaje cultural, de su exquisitez o su arrojo, de su bohemia o de su austeridad, de su intrépida búsqueda o de la casualidad que marcó su vida, de su ambición o de su humildad.
En el prólogo, Picazo menciona que algunos están aquí por ser entrañables o por ser románticos. Ni uno solo de ellos deja de ser entrañable y romántico para el lector tras leer el apunte biográfico. Los relatos no dejan indiferente, pues el mayor inciso es el sentimental, que es la motivación que a Picazo le ha llevado a reunirlos. En todos ellos es común la pasión por vivir. Se trata de esas personas a las que uno quisiera encontrar cuando se ha perdido en el interior de una cueva oscura. Dado que seguro que, sea quien sea, cualquiera de estos sesenta, llegará hasta nosotros con una linterna en la mano. Escrito con un estilo académico, variando la composición cronológica o motivacional en cada crónica para sustraer en cada caso lo que mejor nos agarrará del pescuezo para meternos de lleno en el libro, Picazo nos echa una muy buena mano a la hora de crear eso que ahora es tan imprescindible para sobrevivir a la realidad, eso que se conoce como leyendas.
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