Palabras mayores.
Nueva
narrativa mexicana
AA.VV.
Malpaso
Barcelona,
2015
300
páginas
“Esta
colección es porosa y varia”. La expresión no puede reflejar mejor el origen de
los veinte relatos que componen Palabras
mayores. Veinte voces de veinte escritores mexicanos menores de cuarenta
años. Para una edición que “está basada en la fuerza o la extrañeza de los
textos mismos, en la manera como interrogan a nuestros hábitos lectores o
conducen nuestra mirada hacia sitios inesperados dentro del muy cruento
horizonte neoliberal de hoy”. Las palabras son de Cristina Rivera Garza, y
están incluidas en el prólogo de unos textos cuyo único nexo es la extensión.
Pues aunque la mayor parte son ficticios, otros son de compleja clasificación,
porque “el territorio que habitamos es multilingüe”. Y por tanto plural debe
ser la expresión. Plural y propia. Es posible que en narrativa ya esté todo
inventado. Y también es seguro que no estaba inventado Juan Pablo Anaya,
Gerardo Arana, Nicolás Cabral, Verónica Gerber, Laia Jufresa, Luis Felipe
Lomelí, Brenda Lozano, etc. México es un país enorme, un territorio en el que
cambia constantemente el paisaje. Y que siempre guarda un detalle agradable
para quien lo visita, aunque sea a través de la lectura.
Estos
veinte relatos beben de muy diversas fuentes y se configuran en variadísimas
expresiones. Ya hay globalización, porque todo está a su alcance. Pero también
una lengua madre a la que se respeta incluso cuando se la rompe. Sería
farragoso y abarcaría demasiada extensión analizar relato por relato. Así pues,
nos limitaremos a afirmar algunos de los hallazgos que el lector descubrirá a
lo largo de las trescientas páginas. Como por ejemplo ese individuo cuyas
reflexiones unifican Blade Runner y
la teología de la liberación, para concluir que nuestra posición dentro de la
naturaleza no puede ser más inestable. O el afán por cuestionarse la distopía,
hasta qué punto la memoria es lo que nos hace humanos, aunque sea una memoria
implantada, irreal. También surge la fe religiosa y la droga, la juventud y la
tragedia, como en los grandes clásicos. O se le da una nueva vuelta de tuerca a
la vida cuartelaría, tan absurda. La locura no cesa de surgir, en ocasiones de
forma experimental y digresiva; porque la esquizofrenia es una obsesión, como
lo es el caos. Y quien siente el caos se cree estúpidamente distinto a los
demás. También aparecen esos personajes cuyo sentido de culpa les lleva a
hacerse cargo de otros personajes, la incomunicación y los sucedáneos de la
compañía, incluido todo lo que hay de ficción en una relación entre madre e
hijo, mientras esperan la llegada del novio ciego de mamá. Se lamenta la
pérdida de la fantasía, que dio sentido a la infancia, también a la infancia de
la humanidad. Una humanidad poblada por hombres que, para no ser carroñeros,
son sádicos con los cuerpos muertos. Las biografías son inconexas, incompletas,
esquivando lo personal y lo histórico, lo que ha invadido ambas facetas de lo
que nos construyó. Como nos construye el sexo y la obsesión por ser escritor.
Todo es posible en un territorio que es fronterizo en cada uno de sus
kilómetros cuadrados, donde se puede sentir la soledad, que se combate
aumentando el volumen de los recuerdos o las neurosis. Como los trastornos
obsesivo compulsivos que, sumados a lo raro, al surrealismo, hablan de lo
complejo que resulta tener que reinventarse.
De
este cariz son las conclusiones a las que uno va llegando si liga cada relato
con el siguiente. O si salta de un relato a otro, desde los más circulares a
los ejercicios de estilo. La edición de este Palabras mayores es imprescindible en un mundo literario en el que
resulta imposible leerlo todo, todo lo que viene de uno de los países que ha
dado algunas de las mejores páginas de la literatura en nuestro idioma.
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