sábado, 4 de noviembre de 2017

APUNTES SOBRE EL SUICIDIO

Apuntes sobre el suicidio
Simon Critchley
Traducción de Albert Fuentes
Alpha Decay
Barcelona, 2016
110 páginas

“Navegar es necesario, vivir no es necesario”



Para la mayoría de las personas, cínicos de barra de bar, no hay problema que no se solucione con una doble ración de whiskey. Engreídos, ante cualquier circunstancia tienden a alzar los hombros indicando que con dejar que pase el tiempo lo que sea que se haya torcido volverá a su cauce. Pero cualquiera con medio dedo de frente dudaría antes de certificar que el whiskey es razón suficiente para justificar una vida. Aunque tal vez no baste el whiskey, sí sobrarán pequeños milagros cotidianos, desde el aroma de canela y las fresas con nata al beso de un niño o el sol de invierno, o el mar y las olas. Esa es la conclusión a la que llega Simon Critchley (Nueva York, 1960) en este breve ensayo que cabe colocar en la estantería junto a los mejores apuntes sobre el suicidio, a saber: El mito de Sísifo, Levantar la mano sobre uno mismo o algunos aforismos de Cioran que acompañarán a Camus y a Jean Améry. Y para llegar a esa conclusión, lo primero que hace, su decisión más significativa, es aislarse en una casa con vistas al océano para escribir este libro. El libro es una experiencia circular que va de lo vivido a lo vivido.
Aunque la mayor parte del aparato lógico es conceptual. Critchley comienza enunciando las ciencias que han influido en nuestra relación con el suicidio –la moral, la psiquiatría, la lingüística, la sociología- y sus expectativas personales antes de comenzar la investigación. Estas tienen que ver con los límites de lo que uno puede soportar, unos límites que debemos comprender de manera empática, compasiva, recurriendo a la introspección. Pues en los asuntos que conciernen a la muerte no tiene más valor el parecer de un catedrático que el de los labradores. Al fin y al cabo, nada hay más universal. Eso sugiere antes de hacer que resuenen las fuentes religiosas, monoteístas, que maldicen la muerte voluntaria. Critchley comienza aquí un juego de paradojas, aporías y razonamientos sobre la soberanía y la libertad, el amor y la donación, exponiendo contradicciones en un juego intelectual de un profundo ingenio. Baste como ejemplo el que él expone: el mismo Jesucristo eligió la muerte y es la figura más importante de una de las religiones con más seguidores.
Pero no existen únicamente argumentos religiosos. Critchley da un buen repaso a ese ser compartido que es cada una de nuestras existencias, valorando que cada relación humana es una libertad, no una atadura. Por tanto, lo que tenga que ver con el derecho a la vida concierne a la comunidad, que sustituye a Dios en este capítulo. Critchley llega a preguntarse si la comunidad llegaría, en algún caso, a tener derecho a decidir sobre la vida de cada uno de los que la componen.
Y así llega a la parte más interesante, por ser la más propia, la más original, que consiste en reflexionar sobre el suicidio a partir de las notas de suicidio. Sin concluir nada con certeza, expone cómo conviven en la muerte la depresión y el exhibicionismo, en frases que magnifican la autocompasión o la superioridad moral o la venganza. Aunque escasos, da cuenta de testimonios de lucidez. Aunque sólo fuera por descubrir dichos testimonios merece la pena leer este libro sobre esas sensaciones que acompañan a los suicidas y que no se fabrican fuera del corazón humano. Lo cual lleva a la intuición de que es el suicidio lo que nos distingue de lo no humano: a su juicio, además del terror hay en el suicidio “una belleza extrañamente compulsiva”. Hay que ser muy valiente para adjetivar así esa grave realidad. Hay que ser un maestro, un artista de las depresiones, un perito de la condición humana.


Fuente: Quimera

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