miércoles, 22 de noviembre de 2017

VIDA DE ZARIGÜEYAS

Vida de zarigüeyas
Dolly Freed
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Alpha Decay
Barcelona, 2012
219 páginas

El Robinson urbano



En un epílogo mimoso y conciliador, Dolly Freed (Florida, 1960) se excusa un poco por los pasajes más vehementes de su libro, pero sigue sosteniendo que es posible implantarse, en mitad de la civilización moderna, dentro del barril de Diógenes. No sólo defiende esta posibilidad, sino que incluso la promociona. A su juicio, es una insensatez no guiarse por ella, dado que el tiempo que ha transcurrido desde que escribiera el libro, en 1978, hasta hoy, ha incrementado la necesidad de reconocer que podemos llegar a necesitar sobrevivir en un mundo que ha colapsado. Dicho de otra forma, si el futuro que se avecina se asemeja a Mad Max, y eso es algo que no cabe descartar, aprender a vivir con el mínimo necesario, pescando en los ríos de los alrededores, plantando un huerto urbano, criando gallinas y conejos dentro de casa, puede ser nuestra salvación. Y, además, se trata de un recurso que muestra una vía de libertad. Porque ese es el planteamiento de este libro, defender una hipótesis de libertad que pasa por controlar la propia vida.
Con Diógenes como modelo, el filósofo que no sentía apego por los objetos ni por la memoria, y con un padre tan expeditivo como ingenioso, del que a medida que uno va leyendo sospecha que padece problemas con el alcohol, a modo de mentor, Dolly Freed elabora una guía de supervivencia. Pero, al mismo tiempo, este libro es también un recetario de cocina y una guía de salud, un libro de autoayuda y una crítica social, la narración de una iniciación y un libro de humor. De hecho, es un libro de humor tan socarrón como los de Bill Bryson o Gerald Durrell. Vida de zarigüeyas es un libro sin género, pero atípico entre los libros sin género, o un tratado que mezcla diversos géneros que no siempre son literarios. Entre otras cosas, porque se defiende al instinto por encima del aprendizaje; porque se aboga por la necesidad de decrecimiento económico sin teorías económicas de por medio; porque topa con la vida de la gente que construye su presente fuera de la sociedad mientras mantiene cierto cinismo acerca de lo espiritual. Y hasta hay algo de la picaresca entre las páginas, dado que si hay una cualidad de la inteligencia que se defiende, esta será la astucia. A la que cabe unir un carácter que desconoce el sentido del ridículo y un temperamento que carece de escrúpulos a la hora de afrontar lo práctico, siempre y cuando no se dañe a los demás, como por ejemplo a la hora de elegir el menú. En resumen, es un tratado que versa sobre “hacer de la necesidad virtud”.
Careciendo de ideología o, aparentemente, de delirios ideológicos (si bien cabe cuestionarse las certezas de su elección, pues puso el alma en ello), Freed se refleja como la buena adolescente que es, denotando un tono subversivo. Porque la rebeldía es parte de la vida de las zarigüeyas. “Durante algún tiempo nos ha resultado difícil tomar decisiones, así que no hemos tomado ninguna… Y, sinceramente, no tener que tomar decisiones es uno de los mayores lujos de la vida (sólo comparable a no tener que trabajar)”. Aislada de la civilización por un muro de revuelta juvenil, y de las utopías por un egoísmo poco dañino, Freed considera que la felicidad es una sensación y que, por tanto, donde hay que trabajar es en el interior del individuo: “Uno de los elementos básico de nuestro bienestar consiste en ser capaces de escuchar las noticias sobre las finanzas sin figurarnos que el fin del mundo está al caer”. “Ni te imaginas la diferencia entre la presión arterial de uno que paga impuestos y la de otro que no lo hace mientras leen el periódico”, afirma en las primeras páginas del libro, tal vez las más brillantes, antes de pasar a combinar las anécdotas con las explicaciones, a veces de gusto dudoso, sobre cómo preparar una tortuga o una paloma para cocinarla.
En resumen, alguien que sostiene que es más fácil prescindir de cosas que se pueden pagar con dinero que ganar el dinero necesario para comprarlas, sigue mereciendo un pequeño altar en el rincón de nuestras casas.


Fuente: Quimera

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