jueves, 16 de noviembre de 2017

VARIACIONES SOBRE BUDAPEST

SERGI BELLVER: VARIACIONES SOBRE BUDAPEST

escrito por Ricardo Martínez Llorca 
16 noviembre, 2017




Lo importante es el estilo. No ya la forma que adquiere la prosa, sino la decantación de una vida. «Como otro fraile que reza para sí en este monasterio proletario en el que ambos llevamos una disciplina provechosa y sostenida. Antes de ser fraile, sin embargo, creo que en la escritura conviene haberse bregado entre soldados, vagabundos y buscavidas, y por eso hay que ser primero viajero y goliardo». Así es como interpreta Sergi Bellver (Barcelona, 1971) el aprendizaje del estilo. Es preciso un viaje de ida, que en este caso queda en la imprecisión, en su supuesta vida anterior como nómada, sustantivo con el que él mismo se califica y que sirve para dignificar desde al mendigo y al vagabundo, hasta al mercenario y al turista, pero será en el viaje de vuelta, en el regreso, donde termine de construirse. Los meses de estancia en Budapest, divididos en dos etapas, marcan ese retorno de Bellver. A Ulises le supuso diez años la hazaña de un regreso que Bellver, más modesto, resuelve en una epifanía de flâneur en una ciudad donde nadie antes fue paseante. En una ciudad donde más que el Danubio, serán los puentes los que marquen los tiempos, los pasos, las lecciones que uno va aprendiendo. Eso sí, siempre o casi siempre con el sentido de la vista. Lo que refleja Bellver en estas variaciones sobre Budapest es lo observado. El título del libro, por su parte, nos remite al sentido del oído y, a ser posible, a la reinterpretación en clave de distinguido, amable o personal. La influencia en la prosa de Bellver, en un libro como este, procede de otro viajero con semejante actitud: Mauricio Wiesenthal.
Las frases deben respirar historia, la historia de la ciudad, del país, de los lugares, la historia que encontramos en los libros de texto, pero que aquí aparece con el mismo estilo que el humo de un narguile. A medida que avanza su estancia en Budapest, va conociendo. Quedan al margen los prejuicios, pues Bellver se presenta en Budapest sin ninguno, al margen de saber que hubo unas décadas de oscurantismo y la lectura del capítulo de ‘El Danubio’, de Claudio Magris. Bellver pretende ser sensible, culto, escritor, alma errante y romper las suelas lo más lentamente posible: «Al aceptar la estética de la renuncia de mi viaje, asumo también la decisión ética de no verlo ni contarlo todo (…), pues conviven tantas ciudades al mismo tiempo en Budapest como miradas de este nómada que la recorre y la contempla cada día de un modo distinto». Esa confesión de humildad podríamos haberla enunciado cualquiera si hubiéramos dispuesto del don de la palabra. Nadie se despierta siempre con la misma música interior y las ciudades son algo vivo, llenas de gente viva que, a su vez, pasean cada día una música interior diferente.
Bellver ve en esa gente la belleza de las jóvenes, por ejemplo, o las imitaciones de un Sándor Marái que escribió una obra incomprensible, El último encuentro, en la que para representar la decadencia de la aristocracia un aristócrata decide convertirse en decadente, en algo distinto a los demás, en un tipo especial, mejor que nosotros. Pero lo que permanece en la retina de Bellver es la dignidad del vencido y la imposibilidad de recomponerse. El libro está escrito como un adagio, el de un triste siglo XX que padeció la ciudad soñada. En el adagio, como en la belleza, se impone la lentitud. De ahí ese tono que no cambia ni siquiera cuando trata sobre la revolución. Él prefiere mantener el espíritu vintage de la ciudad, porque para poder ser prosista, precisa de la tristeza o de una alquimia que transforme lo que toca en tristeza. Desde la risa de dos adolescentes al Terror Rojo. Porque, al fin y al cabo, la tristeza no es un mal sentimiento. Y en ella busca el patrón armónico que defina este breve libro de viajes, donde bajo la armonía convive el misterio y la humildad que pretende caracterizar a quien nos lleva hasta Budapest en unas pocas líneas.

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