viernes, 10 de noviembre de 2017

EL TIEMPO ES UN CANALLA

El tiempo es un canalla
Jennifer Egan
Traducción de Carles Andreu
Minúscula
Barcelona, 2011
406 páginas

Coral y sucesivo




Una de las mejores cosas que uno va a poder hacer en los próximos meses, será leer El tiempo es un canalla. La novela de Jennifer Egan es a la vez convencional e innovadora, compleja y sencilla, vital e intelectual. Es, en resumen, una gran novela, una obra que requiere que el lector esté atento, al mismo tiempo que facilita su atención sin recurrir -lo cual viene a ser todo un éxito tal y como se está desenvolviendo la narrativa actual- a un cadáver. Aunque sí es cierto que a lo largo de la lectura uno va descubriendo que los personajes, seres urbanos sujetos a un destino que no pueden combatir, pero que al mismo tiempo elaboran su propia suerte, van dejándose el pellejo, convirtiéndose, en parte, en cadáveres, con el paso del tiempo. Pero ninguno de ellos se resigna a su final, dado que a medida que muere una porción de ellos, el resto, lo que queda vivo, sabe volver a inventarse.
Egan despliega de forma sucesiva una novela coral. Reunidos alrededor de la música, símbolo del consuelo que le queda al hombre urbano, Egan elabora una serie de relatos entrelazados en una demostración de que una novela es mucho más que la suma de sus partes. Los personajes que crea, desde la cleptómana secretaria al periodista condenado por un intento de violación, desde el tipo fuera de lugar que viaja a Nápoles para buscar a su sobrina a la adolescente que escribe un diario en Power Point, son seres desamparados en el tiempo, náufragos en una dimensión que no existe. Porque el tiempo no es lineal, porque la suma de un minuto a otro minuto no son dos minutos, sino un instante sin valor o con un potencial salvaje, capaz de crear o destruir vida. Si algo les une, serán las cicatrices en la memoria y esa impresión de soledad frente a una materia tan deleznable como es el tiempo. Pero estas son condiciones que parecen inevitables en unos seres humanos hechos de recuerdos. Al fin y al cabo, la novela se abre con un episodio sobre el tratamiento de Sasha, sometida a psicoanálisis, una terapia que sirve para reconciliarse con el relato del pasado, ya que resulta imposible transformarlo, sublimarlo.
De esta forma, se podría decir que los protagonistas de la obra padecen diversas formas de neurosis, más o menos enfatizadas en distintos momentos de su vida. Y Egan recurre a relatarnos aquéllas en las que dicha neurosis construye los episodios clave. Conocemos a los personajes en mitad de su existencia, y el relato se desarrolla a medida que va desenrollándose el conocimiento que se nos ofrece de ellos. Existe en la estructura una cierta fragmentación y un constante devenir temporal, una forma de enfatizar en la idea de que es bastante complicado representar el tiempo como algo adimensional, pero sí puede reflejarse su carácter en un poliedro de dimensiones. Pero a pesar de todo, el tiempo no es el principal tema de la obra. El tiempo es un canalla es una novela que versa sobre la sinceridad (o la falta de ella) en las relaciones humanas. Entre los personajes hay franquezas y mentiras, ocultaciones y descaros, lucha por la intimidad o fragilidad de la misma, purezas e impurezas. Y también un surtido de versiones del amor o, al menos, de eso que uno conoce como amor y que puede ser narrado. Cabe esperar, por tanto, que la principal consecuencia de este planteamiento sea un paseo por el filo de la patología, un camino por el borde de la locura. Siendo la locura, la neurosis o las versiones de neurosis a las que asistimos, una enfermedad burguesa. Egan nos introduce en un mundo de apariencia normal, en el que cada personaje cobra protagonismo un instante, para pasar a ser a continuación ruido de fondo en la vida de los demás, algo que en lo que nos resulta fácil reconocernos. Pero qué extraño termina por resultar el mundo por el que nos pasea. Como estar preguntándose si el tiempo ha pasado en balde, si uno debe ser fiel al pasado, mientras alrededor la gente baila el estruendo de un concierto de música punki. Porque a la postre, nada está en su sitio, pero ¿por qué tendría que estarlo?

 Fuente: Quimera

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