jueves, 23 de noviembre de 2017

ZONA TEMPLADA

Zona templada
Jonathan Frazen
Traducción de Jaime Zulaika
Seix Barral
Barcelona, 2005
53 páginas
16 euros

La seriedad de una tira cómica

Hace varios años, pude leer el ensayo de Umberto Eco, En defensa del esquema iterativo, en el que un semiólogo analizaba qué resultaba atractivo, qué valores comunicativos particulares presentaba y cuáles eran las virtudes -en la correspondencia social- de las tiras cómicas. Eco utilizaba, a modo de ejemplo, la serie Peanuts, de Charles Schultz, famosa por sus protagonistas: Charlie Brown y el perro Snoopy. Se trataba de unas pocas páginas que más bien parecían escritas por un intelectual juvenil, que pretendía ver restos de contracultura, de resistencia o de denuncia en este tipo de humor, que con tanta frecuencia representa la cara más seria de los periódicos, o al menos la reflexión más profunda. Más tarde, el propio Eco, convertido en editor, traería a Europa a Mafalda, y unos años después nacería la que, tal vez, sea la obra maestra del género, la única que Frazen hubiera antepuesto, en su infancia, a la serie Peanuts: Calvin y Hobbes.
Pues Frazen en poco más de cuarenta páginas, nos habla sobre la importancia que puede tener en su crecimiento, es decir, en la construcción de su ser, un cómic. Y para ello apuesta por un género extraño: el ensayo autobiográfico. Esta paradoja la resuelve con muchísimo estilo, con el de aquel que demuestra que no existe diferencia entre lo que se dice y cómo se dice. Y así, sin rencor, Frazen comienza exponiendo los fundamentos de su tesis, que serán los objetos de su estudio: él mismo y su familia, compuesta por padre, madre, y dos hermanos que le superan en diez años lo cual le convierte en algo así como el hijo único de una familia con cuatro adultos. Por otra parte, asiste, sin defensas, a una época de cambios sociales, la de los sesenta, en la que los hijos se rebelan contra la sociedad y sobre todo contra sus padres. Esta sutil soledad y la tormenta a que está sometido su entorno, le llevan a identificarse con unos seres que todo el mundo amaba, que no existían sino en el imaginario mediático, y en los que encuentra un refugio porque reconoce, en sus comentarios, los asuntos realmente importantes en esta vida: “La perfecta estupidez de cosas como éstas, su cariz indescifrable, al estilo de las paradojas budistas, me extasiaban incluso a los diez años”. A través de la vida de Schultz, de la soledad de Charlie Brown –que es proyección de la de su autor-, o de los relatos sobre su padre y sus hermanos, Frazen busca explicarse. Parece que pretendiera saldar deudas con su pasado, sin que termine de encontrar un anclaje que explique nada: “Quería que todos mis familiares se llevasen bien y que nada cambiara; pero de repente, después de que Tom se hubiera marchado, fue como si los cinco mirásemos alrededor y, al preguntarnos por qué teníamos que pasar el tiempo juntos, no encontrásemos muchas respuestas”. Lo único sólido, en su recuerdo es la sonrisa de los dibujos, y lo único explicable es lo que se deduce del análisis narrativo, gráfico y comunicativo que él hace de algo que supuestamente es un género menor. A no ser que nos atengamos a la grandeza que suponía sus momentos de lectura en nuestra infancia para descatalogar a las tiras cómicas como algo menor: “Cuando notas que sonríes, te imaginas un dibujo de sonrisa, no todo el conjunto de piel, nariz y pelo. Son precisamente la simplicidad y la universalidad de las caras de cómic, la ausencia de detalles “ajenos”, las que nos invitan a amarlas como a nosotros mismos”.
Y cuando uno cierra el libro, se da cuenta de que en realidad ha leído una meditación sobre la culpa, sobre sentirse culpable por causas no definidas, y sobre el perdón, sobre qué cabe perdonar, cuándo y cómo perdonar lo imperdonable, incluyendo la vida que nos dieron nuestros padres. Un libro estupendo.


Fuente: Tribuna/Culturas

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