El valor desconocido
Hermann Broch
Traducción de Isabel García
Adánez
Sexto Piso
Madrid, 2020
162 páginas
La tendencia intelectual,
filosófica o humanista de cada uno de los hermanos pretende llegar al consuelo.
Dado que las consecuencias que tiene el mero hecho animal de respirar, la
costumbre de vivir, son abrumadoras, precisamos hallar consuelo, seguridad, un
regazo o unas paredes y un techo. Las matemáticas son limpias, como veremos a
través de los ojos del primogénito; pero también es muy limpia la intención de
la hermana y no deja de ser pura la del Benjamín, que pretende sumergirse en
los días con intensidad. La huida puede ser hacia adelante, hacia atrás o hacia
arriba. Entre los tres, eso sí, se establecen unas relaciones y una suerte de
secuencias que obedecen a la teoría de los conjuntos: cada uno de los centros
desde los que se traza el círculo se encuentra en un vértice del triángulo, y
así tienen su área propia y sus áreas comunes, más comprometidas, más
predispuestas al conflicto:
“En el exterior, en alguna parte, la vida bullía, grande y ruidosa, y cada uno de ellos ansiaba atrapar un pedacito de ellas, pero no sabía qué pedacito, y sin duda era uno distinto en cada caso.”
El miedo a la casualidad,
a lo que nos domina, les hace buscar tener la realidad en las manos. Broch
vuelve al conflicto entre la realidad y el deseo, aunque no a través de la
definición del amor, sino escrutando esa trama interior en la que se entreveran,
al menos en el caso de este relato tan bien hilvanado, y dejan de ser agua y
aceite. Nuestros personajes van exponiendo, a través de sus acciones y sus
palabras, una variación de sentidos morales que, por otra parte, reflejan su
forma de mirar, de justificar, eso que en psicología se conoce como disonancia
cognitiva. De ahí surge otro tema de la obra, que es la forma de relacionarnos
con algo que, a falta de otra palabra mejor, llamaremos realidad. Aunque tal vez
nos estemos refiriendo a lo cotidiano, sencillamente a lo cotidiano. De ahí que
entremos y salgamos en la cabeza de los personajes y nos vayamos dando cuenta
de cuándo se permiten no fingir, que es el verbo que describe la forma de
vincularse de los adultos y entre los adultos.
La utopía, lo ideal,
queda en entredicho, porque sigue, como siempre, el acoso de la sustancia de la
que está hecho lo real. La existencia, para malestar de los protagonistas, no
es “unívoca”:
“De repente, Richard Hieck lo vio todo claro: lo pecaminoso del mundo es lo impredecible. Lo que escapa del conjunto de causas y leyes, aunque no sea más que una nota que vibra solitaria en el espacio, eso es pecaminoso. Lo aislado es absurdo a la vez que pecaminoso.”
Ninguno de los personajes,
que actúan como si pretendieran ser mejores, es decir, como si no se conocieran
lo bastante, parece capacitado para alcanzar su sueño. Porque los sueños sólo
son perfectos como tales:
“Ahora bien, de no tener esa consciencia de los años luz, imposibles de imaginar, pero tan llenos de significado para el alma humana, cabría decir que la astronomía en general es simplemente aburrida, y a menudo en verdad lo era.”
Fuente: Revista de letras
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