lunes, 14 de diciembre de 2020

VIAJEROS

 

Viajeros

De Jonathan Swift a Alan Hollinghurst

(1726 – 2017)

Marta Salís, ed.

Traducción de AA.VV.

Alba

Barcelona, 2020

892 páginas

 


Tras la lectura de este volumen, Viajeros, de Jonathan Swift a Alan Hollinghurst, uno se preguntará qué tiene en común la ficción y el viaje. Se reúnen sesenta y seis relatos escritos entre 1726 y 2017, en una demostración de la versatilidad de la literatura, en los que el centro de interés es el viaje que, en este caso, quiere decir los viajeros, los que se mueven, los que se desplazan y se encuentran en situación extraña. La variedad es tal, que resultaría complejísimo describir el libro; basta con enunciar a varios de los autores, de los que se incluye algún relato que ya es un clásico: Maupassant, Arthur Schnitzler, Kipling, Chéjov, Conrad, Marcel Schwob, Willa Cather, Pessoa, Joyce, Katherine Mansfield, Kafka, Cesare Pavese, Bowles (tanto Paul como Jane), Flannery O’Connor, Rulfo o Richard Ford. Las inquietudes, los proyectos, varían enormemente, desde el naturalismo a la ciencia ficción, desde la ironía a la denuncia. Cada relato posee su alma, sí, pero a través de ellos nos iremos preguntando por los vínculos, los lazos entre la ficción y el viaje. Su aspecto no puede ser más contrario: mientras que la ficción se practica en la inmovilidad, el viaje requiere, a la fuerza, movimiento.

Y, sin embargo, ambos suponen, casi siempre, descanso. Y decimos casi siempre porque en el libro no se olvidan del viaje del exiliado, que es alguien a quien se le niega el derecho a la nostalgia, o el del preso que se fuga, que jamás dejará de mirar hacia su espalda y hacia su pasado. Es por eso que en el viaje de ficción, también en el de estos casos extremos, nos hallamos frente al deseo, al deseo de descanso que será, a la postre, el que se imponga en cada voluntad. Hasta la aventura terminará por ser un anhelo de hallar reposo, pues la fatiga la produce lo que conocemos como vida real, esa de la que escapamos durante la lectura o durante el viaje, la que acosa por exceso de lo cotidiano.

“En muchas líneas llegaron a conocerlo como el hombre que quería continuar el viaje; cuando la gente le preguntaba qué era y qué hacía, él respondía:

“-Soy la persona que quiere vivir, y ahora estoy intentando hacerlo.”

La cita es del relato El judío errante, de Ruyard Kipling, y expone el espíritu de las almas que pueblan, o luchan por poblar, estos relatos: sentirse dueño de la propia vida. El viaje, o el deseo del viaje, supone el encuentro con la sensación de libertad. Y esa es, seguramente, la única impronta que exigiremos para emocionarnos, para sentirnos viajar, la misma que implica saberse vivo, estar descubriendo a través de los propios ojos y a través, también de los ojos de los extraños. Hay que poner mucha voluntad en el viaje, tanta como posee la fuerza de la buena ficción, para forjarse una existencia al margen del aburrimiento, que es una de las características de lo cotidiano, de la supuesta realidad, de lo convencional. Asistimos a la necesidad de cambiar de rumbo, que se nos impone constantemente, a cualquier hora pero, sobre todo, a las mismas en las que nos agarramos a un libro -o al cine- para que algo nos rescate del suelo que estamos pisando, el que no hemos podido elegir, aquel del que saltaremos encantados cuando emprendemos un viaje.

“Yo que, no sabiendo qué es la vida, ni siquiera sé si soy yo quien la vivo o es ella quien me vive a mí (tenga ese verbo hueco que es “vivir” el sentido que quiera tener), no os juraré nada, desde luego.”

Es ahora Fernando Pessoa el que resume el tema de la antología -que tan bellamente vuelve a editar Alba-: la ida y venida constante que tenemos en nuestra relación con lo que sucede, esa impresión de que son los demás quienes están eligiendo por nosotros, de venirnos todo impuesto, de tener que dar por supuesto que existe el destino y que el destino será fracaso a no ser que nos larguemos del lugar donde estamos. Los encuentros extraordinarios, pero también los ordinarios, nos ayudarán a ver cumplir los deseos: los del viaje, los de la ficción, los del descanso, los de la aventura. De ahí que en los relatos se vaya imponiendo la articulación de un momento clave de vida, es decir, el cambio. Lo embarazoso será reconocer que, a pesar del viaje, a pesar de la ficción, seguimos empeñados en ser las mismas personas que éramos antes de ponernos en marcha. O, tal vez, sea la vida, la vida que nos vive, la que esté empeñada en colocarnos, una y otra vez, de regreso a la casilla de salida desde la que tendremos la suerte, por otra parte, de saber que cualquier movimiento puede ser viaje.


Fuente: La línea del horizonte

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