Edgar Lawrence Doctorow (Nueva York, 1931 – 2015) representa, a una altura semejante a Richard Ford, por ejemplo, a un hombre de su espacio y de su tiempo. Sus novelas y relatos son contemporáneos y como tal pasarán a la historia de la literatura, como representación de un tiempo, a pesar de que en novelas como Ragtime se desglose la crónica de la historia de Estados Unidos. Pero esa crónica, en el estilo de Doctorow, tan diferente del de Richard Ford que tiende más a la glosa, sólo se ha podido escribir desde las entrañas de un lugar en el que durante el ahora que vive el escritor se vislumbra el camino hacia la histeria. Esa pulsión se descubre como la esencia de los cuentos que Malpaso recopila en esta excelente iniciativa. Escritos a lo largo de cuatro décadas, estos relatos sorprenden por la unidad, que es la unidad de una prosa que incluso en voz de diferentes traductores, inquieta siempre. Tal vez porque siempre refleja a los personajes que dan pie a poner en marcha los engranajes de la imaginación, y que son neurópatas en un grado que limita con la patología. O que la supera. Porque una de las trabas que tienen en común estos personajes es que todos hablan, en general poco, excepto en los escasos relatos dialogados, pero ni siquiera en estos se comunican entre sí. Esto ayuda a configurar el retrato de un recodo concreto en el mapa. Los sucesos únicamente no pueden haber sucedido ni antes ni después. Lo cual convierte a Doctorow y a sus narradores en testigos. Y los testimonios en buena medida se cimientan sobre tópicos a los que Doctorow da una vuelta de tuerca por la frialdad con que narra esas actitudes que llegado el momento final uno no sabe si tachar de cobardía. Porque no todas las huídas son de cobardes.
En el prólogo Eduardo Lago habla sobre unos cuentos que parecen tener la urgencia de explorar ámbitos que quedan fuera del relato mismo, de la experiencia desasosegante que supone esta lectura, de la imaginación perturbadora. Y no cabe sino estar de acuerdo cuando comenta que como autor de relatos breves, Doctorow es más emotivo, más elusivo y más desconcertante.El libro se abre con el cuento titulado Willy, un retrato de la invención de la misantropía salvaje, de la violencia masculina y la soledad. En El cazador el personaje encarna el desencuentro con su supuesto lugar en el mundo, que aparentemente estaba bien escrito en el destino. El escritor de la familia es un análisis de una vida con miedo a lo cotidiano, al carecer de perchas en las que colgar ese temor. Del sencillo hecho de que un eclesiástico no sea capaz de proteger un crucifijo de un robo, porque se queda dormido, la lectura de El atraco nos induce a cuestionarnos sobre por qué o para qué venimos al mundo. Glosas a las canciones de Billy Bathgate es un ejercicio de flujo de conciencia de un tipo esencialmente fragmentado. Narrado con una indiferencia casi sádica, Jolene: una vida es un cuento en el que se nos dice que no hay nada que hacer contra la estrella bajo la que nacemos. Bebé Wilson se centra en la historia del humillado y el loco, que es la que merece la pena conocer, la de quien permanece donde nace y la desesperación le empuja hasta el secuestro. Walter John Harmon, centrado en una secta aislada, representa la disonancia cognitiva a la perfección, esa forma de retorcer la interpretación del mundo para que todo encaje en nuestras pautas apriorísticas. Debido al número de páginas, Niño muerto en la rosaleda no puede catalogarse como novela negra; de haberlo sido, sería la más negra de las novelas debido al oscurantismo político que tapa el asesinato de un crío. En Wakefield Doctorow explora el límite de la provocación en la relación de pareja, hasta el extremo de convertir a un miembro en un outsider por el placer de fastidiar al otro. Que en contra del parecer general el auténtico enfermo de soledad no cesa de hablar y moverse, es lo que parece deducirse de Todo el tiempo del mundo. Integración es una prueba de que los verdaderos casos de Romeo y Julieta no se producen entre las clases altas, y son por tanto más descorazonadores. En La legación extranjera Doctorow regresa a la frialdad más insólita mientras muestra un atentado desde el punto de vista de un observador cualquiera, de un tipo con una especie de sentimiento de culpa que se cruza por la periferia del acto violento. La más larga de las narraciones, Vida de los poetas es la que mejor representa en espíritu de constatación de un lugar una época; se trata de un flujo coral retratado por quien nunca se destensa, que es algo que tiene que hacer para poder vivir consigo mismo.
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