lunes, 15 de mayo de 2017

LA DUQUESA CIERVO

La duquesa ciervo
Andrés Ibáñez
Galaxia Gutenberg
Barcelona, 2017



Uno lee torres, espadas, magos, dragones y toda la magia y la inocencia del mundo de las caballerías, y se siente tentado a pensar en que la narración aprovecha el reflujo de El señor de los anillos. Cuando lo que caracteriza a la obra de Tolkien es, precisamente, el salirse del mundo de las caballerías, con sus dragones más puros y sus encantamientos tan sencillos como el de una mujer que se transforma en ciervo. La duquesa que es ciervo no nos remite a un libro como El señor de los anillos, tan mal leído después de la horrorosa adaptación al cine, porque se trataba, en buena medida, de la primera gran reivindicación ecológica de la literatura, y ahora es una sucesión de monstruos. Nos remite a Ovidio. Porque hasta él tenemos que remontarnos durante la lectura de La duquesa ciervo. Las metamorfosis, frecuentes, en este relato, homenaje a la literatura de magos y espadas, son de carácter metafórico. La magia no está tanto en que un personaje se transforme en un gorrión, como en que sea un gorrión el ave elegida. O un águila. Las connotaciones de cada animal pertenecen al mundo de la fábula. De ahí que Andrés Ibáñez (Madrid, 1960) no precise extenderse en explicaciones.

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