La burbuja terapéutica
Josep
Darnés
Arpa
Barcelona,
2018
255
páginas
Aunque
las intenciones de Josep Darnés (Figueres, 1976) se limitan a las de reflejar
sus experiencias, este libro es una especie de guía para neuróticos. Sobre todo
porque compensa el exceso de mensajes que idiotizan, a tanta gente reclamando,
para los demás, la paz interior y los consejos acerca de dónde encontrarla. Así
se convence a mucha gente de precisar terapia cuando, en un caso como el de
Darnés, lo único que hacía falta era convencerse de que uno no puede ser feliz
sin interrupción, o al menos no feliz en el sentido sublime del término. Si
alguien quiere alcanzar la felicidad, tiene que estar dispuesto a reconocerse
también en el dolor. Lo que ocurre es que a nadie le gusta el dolor, y mucho
menos ese de baja intensidad que, en buena medida, nos acompaña durante
demasiadas horas. Es contra ese malestar con el que pugna Darnés en todo tipo
de terapias, siguiendo a toda suerte de iluminados, hasta dar con algunos
aciertos que, entre otras cosas, le ayudan a identificar que es una persona
normal y no necesita terapia. A lo largo del libro, escrito con desenfado y una
ligereza que nos permite leerlo en una tarde, aparecen anécdotas increíbles,
que harían palidecer a los guionistas de comedias gamberras. Aunque estas nos
impacten, la mayor parte está centrado en las terapias de hipnosis y
autohipnosis, muchas de ellas protagonizadas por farsantes. Estos iluminados
espirituales conducen su labor a través de paradojas que Darnés sabe aprovechar
para dar continuidad y establecer la estructura del libro.
En
realidad, el libro tiene una sola conclusión: que de nada valen las terapias si
no hay cariño. Lo que necesitamos es querer y sentirnos queridos. Durante los
procesos terapéuticos que va eligiendo, sin discriminación, goza de momentos de
plenitud, sí, pero sin transformación. Cotejar esos instantes, que se
autoinduce, con el resultado final, que es que el resto del mundo permanece
idéntico a aquel del que quiso escapar, del que le enfermó, lo que provoca es
que las fases depresivas se incrementen. Y esto le lleve a la desesperación, a
buscar nuevas terapias, nuevos momentos maníacos. Así es como prueba cualquier
versión de las viejas religiones orientales, y de la contemplación, adaptadas a
la neurosis de la civilización occidental: el coaching o el mindfulness, por
ejemplo. La lista es muy extensa y abarca también a los hijos de Freud y la
aromaterapia. A medida que se involucra en la rueda, tiene más prisa por sanar.
Pero si no hay nada que sanar, ¿qué agujero pretende rellenar con esta
dinámica? Sin duda, ninguno nos sentimos completos y todos pensamos que el
mundo está enfermo. Lo que ocurre es que la aceptación no pasa ni por abandonar
la lucha ni por creernos solo entes espirituales, algo que lleva a Darnés a
concluir que los maestros y los discípulos aventajados de muchas de estas
terapias se creen, sencillamente, mejores que los demás. Y eso concluye en un
aislamiento, en disociación, en marginación. Nada hay más satisfactorio que
saberse una persona normal. De hecho, con pocas dosis pero bien avenidas,
Darnés se deja llevar por el sarcasmo cuando plantea las paradojas como que “ponerse
en manos de personas carentes de sentido
de la realidad no parece muy recomendable”.
El
psicoterapeuta Víctor Amat escribe, en el prólogo del libro, que “a menudo
olvidamos que hay cierto dolor que debemos aprender a sobrellevar”, y que la
perfección no existe, y mucho menos la espiritual. Al final, gracias a los
demás, a los amigos, a querer y ser querido, uno aprende que ese dolor es como
el peñasco que cae al río: puede que durante un tiempo haga de presa, pero
finalmente el agua encontrará su camino y lo sorteará para seguir corriendo; y
con el tiempo, aunque nos parezca mentira, el agua se impone y termina por
tallar a la piedra, hasta integrarla en la personalidad del río. Darnés ha
hecho este viaje siendo joven, y parece haberlo terminado a tiempo. Solo nos
cabe desearle suerte.
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