La
ciudad que el diablo se llevó
David
Toscana
Candaya
Barcelona,
2020
284
páginas
La
novela es descriptiva, sí, porque se centra en sucesos, en que las cosas,
sencillamente, suceden. No hay tramas que atrapen; si uno quiere enfrascarse en
ella y disfrutar de una lectura en la que la fortaleza se impone, debe dejarse
atrapar por la atmósfera, en la que se respira el desastre, una atmósfera que
priva a los personajes de carácter. Los secundarios componen un paisanaje sobre
el que se mueven los cuatro protagonistas, que rozarían la caricatura de no ser
por el imperio de lo salvaje: hay cierto darwinismo en su actitud, porque en la
ley de las ciudades de la postguerra no cabe rendirse, porque la rendición
supondría pasar voluntariamente al otro lado de la tumba. Y, sin embargo, David
Toscana (Monterrey, México, 1961) sabe que existe lo que le da sentido a todo,
la emoción o la embriaguez que mejor nos acompaña y que hará que este tránsito
por la Tierra, por muy grotesco o duro que sea, pueda encontrar un rastro de
belleza, de bienestar, y éste es la amistad. Será la amistad, querer y saberse
querido, lo que dé fuerzas y humildad a los personajes, será la amistad lo que
nos permita continuar la lectura de la novela, porque ese es el lugar donde
todos quisiéramos quedarnos para habitar, incluso cuando a la ciudad se la esté
llevando el diablo. O, sobre todo, cuando a la ciudad, al lugar donde vivimos,
se la lleve el diablo.
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