El
Giro de Italia
Dino
Buzzati
Traducción
de David Paradela
Gallo
Nero
Madrid,
2020
185
páginas
Buzzati
asiste a todas las etapas del Giro de Italia en estado de alerta: los sentidos
no sólo reseñan, sino que también participan. Está atento y se deja llevar por una
emoción sencilla, la euforia, que le recuerda a la felicidad. El Giro pasa a
ser un ser vivo en la literatura de Buzzati, que hasta en este tipo de textos,
en apariencia menos creativos, no deja de sorprendernos con un animismo inquietante.
Tal vez no se trate de la literatura de más vuelos del autor, pero un cincuenta
por ciento de Buzzati es mucho más que el cien por cien de la mayoría de los escritores.
La vida que leemos a través de este Giro, es de una pureza que nos devuelve la
melancolía por un pasado mundial, sin redes sociales, sin Tinder, sin Netflix,
sin Amazon. La épica pasa a tener unas dimensiones muy humanas, como si fuera
necesario reducirla en lugar de extenderla, y la intensidad se asemeja a la de La
Odisea. Y mientras los deportistas son piel sobre la que va creciendo el
sudor, Buzzati nos muestra una Italia en la que se refleja la belleza de las
provincias, se elogia lo concreto, que es lo nuestro, el día a día, del que no
necesita rescatarnos este Giro, que sí, que ayuda, porque fomenta los sueños:
“La Italia de las majestuosas ruinas rebosantes de historia, la Italia de los robles y los cipreses, de las inmensas villas asentadas sobre los declives como emperatrices cansadas, la Italia de las paredes gibosas cargadas de escudos de armas, de los coches de línea destartalados que, renqueantes, se precipitan vertiginosamente valle abajo, la Italia de las iglesias antiquísimas, de las minúsculas casetas ferroviarias, de las muchachas encintas, bajo el sol del mediodía, de las vírgenes encastradas en las esquinas de las casas con las lamparillas permanentemente encendidas, la Italia de los pajares y de los bueyes patriarcales de largos cuernos, de los jóvenes frailes barbados que pasan en bicicleta, de las peñas demasiado pintorescas para ser un mero producto de la naturaleza, de los puentes milenarios capaces aún de soportar sobre su espalda el peso de los remolques, la Italia de las casas de comidas y los acordeones, de los grandiosos palacios nobiliarios convertidos en heniles y cuadras, de loso dóciles montes con cipreses hasta en la cima”.
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