jueves, 12 de octubre de 2017

EL CONTAGIO

Fuente: Culturamas

El contagio
Walter Siti
Traducción de Carlos Vitale
Entreambos
Barcelona, 2017
330 páginas

Este es un concepto bastante peculiar del amor: unirse en coito a un travesti para que las partes de la vida encajen y se peguen, tras estar siempre separadas, y sentir así el afecto honesto y el impulso transgresor. O este otro: amarse para protegerse de los ojos de todos, porque cerca del ser amado no se respira el hedor de la perversión velada y de la prostitución, sino el perfume tonificante de la violencia, el sonido épico del acero. Bajo esta premisa del amor se mueven los personajes que Walter Siti (Módena, 1947) recrea en esta novela contundente, brillante, que roba el aliento. Decimos recrea, porque la acotación final acerca de los nombres figurados resulta la demolición de las paredes de nuestros hogares, ya que saber que lo que aquí se refleja, las personas que figuran y sus actos son reales. Simplemente, les ha cambiado el nombre y se ha transformado en un buen cocinero. Siti tiene un gran tema en sus manos, la moral de los débiles y marginados, capaces de destrozar a un padre que pega a una niña en un hospital, sin hacer primero ninguna pregunta. Este realismo social carece del romanticismo y existencialismo de los clásicos italianos y posee la rudeza de las grandes crónicas de guerra. Siti y el narrador que crea, consciente de que está retratando, tan consciente como para pensar en metaliteratura, se desprenden de los falsos pudores de la burguesía, para entrar en un mundo de maltratos, de putas, de drogadictos, de los que deberíamos considerar fracasados.
Pero no existe el fracaso. En la barriada donde habitan, follan y se degradan porque eso es lo natural. Siti maneja los arquetipos como si acabara de crearlos. Ha perdido el sentido del decoro porque es necesario conocer esta otra forma de sinceridad, que es el último rasgo digno que les queda. Serán asesinos y violentos, pero no mienten. En ese sentido, Siti ejecuta un ejercicio de empatía sin condiciones, porque muestra todo, toda la rudeza, todos los demonios, todo el sexo, la adrenalina, la complicidad y la traición. Los rasgos que en otro resultarían exagerados, aquí los vivimos como reales. Su atractivo, si es que existe, radica en la ruina. El narrador no hace juicios de valor ni expresa los de los personajes. Da fe. Con lo cual nos deja sin responder si los desesperados luchan o no. Sabemos que son compulsivos.
Es de tal calado el tema que trata, que Siti comienza con una estructura encadenada, para ir creando rizos en los que los personajes se ven envueltos, aunque solo sea por el hecho de compartir casa. El contagio o, para ser exactos, la primera parte de El contagio, sería manierista sino fuera real. Porque el libro contiene una segunda parte que comienza con un ensayo sobre la creación de los suburbios en las grandes ciudades. Estas páginas son de lo mejor que se ha escrito nunca sobre la invención de Caín y como se ha podrido, sobre las razones de crear villas miserias y la nostalgia por las barriadas auténticas, aquellas en las que los vecinos eran tribu y no se les presuponía culpabilidad.

Roma será la ciudad que Siti tome como epítome del ensayo que, sin darnos cuenta, aterriza en la vida de una pareja, en un drama personal. Algo inevitable si se respira la injusticia como hecho natural desde que se nace. Siti menciona el fenómeno de la inmigración, vinculado a los suburbios, y distingue entre la extranjera y la interna. La toma de postura del narrador vuelve a ser un puñetazo: entiende que los extranjeros tienen cierta ventaja pues, al fin y al cabo, saben qué lugar ocuparán: las nigerianas, por ejemplo, serán putas. Los italianos estarán perdidos. Y la pareja a la que seguimos será mestiza: él caribeño, ella romana. A su alrededor, veremos todo un reportaje social con centros de interés como la cocaína o las relaciones ciclotímicas. La imposibilidad de librarse del deseo y de la frustración alimentarán ese extrañamiento del mundo, al que Siti dedicará las últimas páginas, cediendo la voz a los pensamientos de algunos de los personajes con quienes hemos convivido casi aguantando la respiración. Este libro es una obra maestra y quien lo rehúya por su dureza será un pusilánime.

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