lunes, 23 de octubre de 2017

UNA VOZ A TRAVÉS DE UNA NUBE

Una voz a través de una nube
Denton Welch
Traducción de Albert Fuentes
Alpha Decay
Barcelona, 2016
347 páginas

Nada duele más que nacer. Del momento en que salimos al mundo, empujando las entrañas viscosas de nuestra madre, solo podemos guardar una memoria sensorial, que nos condicionará hasta el momento de pasar al otro lado de la tumba. Pero cuando nos vemos obligados a volver a nacer, entonces sí, entonces reconocemos el dolor que nos acribilla por los cuatro costados. Este es el caso del escritor británico Denton Welch (1915-1948), quien se vio obligado a vivir con ese dolor durante cerca de una década. Y Una voz a través de una nube es el testimonio de los primeros meses de dolor, físico, psíquico, emocional, espiritual y de cualquier condición que nos construya. Tras sobrevivir a un atropello mientras montaba en bicicleta, Welch, que habla aquí a través de un alter ego, da testimonio de manera que no sobra ninguna página, pues en cada una de ellas el dolor es algo nuevo. Los demás podemos acostumbrarnos al dolor de los otros; pero para quien lo sufre, el dolor es algo que está siempre brotando con espinas. Y el dolor es algo que dificulta percibir un cuadro completo, de ahí que Welch siga su vida a partir de ese instante detalle a detalle. La suma de datos, de visiones, pensamientos, cuadros no concluye en nada coherente, porque el origen del dolor, del momento de nacer, que es el origen de la naturaleza, es un caos.
A partir de aquí, el dolor genera más dolor cuando intenta enfrentarse a él. La resistencia engaña, porque creemos que es lucha, cuando en realidad solo cabe la aceptación. Pero esa fórmula de nacimiento requiere una paciencia que el dolor no permite. Los contenidos de la vida de Welch pasaron a ser la resiliencia y el miedo. Y también un nuevo estado de consciencia, pues las personas y los gestos, y lo que construyen las personas y sus gestos, cambian de significado. El vuelco interior le lleva incluso a cuestionarse qué hay de broma en vivir, porque no concluye nada serio. Welch mira y describe con exactitud, pero no destila ni fermenta. A la hora de sacar conclusiones, no entiende nada. Ni siquiera que reconocer esa incapacidad es la cima de la sabiduría. Pero él sigue empeñado en vivir, de ahí que no cesen de sucederle acciones que siempre se vinculan a las personas concretas, las que le separan de la vida mientras provocan que la vida le suceda.

El anhelo de paz, que reconoce en alguna ocasión, es, eso sí, el que nos permite vivir dentro de su piel mientras leemos este libro tan estremecedor como necesario. Hay, también, otra forma de resistencia en su relación con la gente, y que le imposibilita esa paz. Se trata del rechazo de la piedad de los demás, la única versión de la dignidad a la que puede aferrarse. Y esa piedad la reconoce allí donde los demás no identificaríamos nada, pues frente a su inmovilidad, los sentidos se afinan y así es como consigue seguir aprendiendo, consigue que el mundo no deje de crecer. A esto cabe añadir la rabia como consecuencia de esa sensación de estar preso. Cada cuerpo es una jaula, y la suya tiene los barrotes vestidos con alambre de espino. Sabe que tiene o tenía talentos creativos, y ahora desconoce para qué. Sabe que debe perseverar, pero igualmente ignora hacia dónde. Llega, incluso, a practicar la existencia del vagabundo no sabe si por reto o por despecho. Nacer es reconciliarse con uno mismo, y en este caso nada le facilita ese descanso. En cualquiera de los cuatro puntos cardinales hay ira o afrenta, intolerancia o piedad inane. Y en el centro, en el lugar que ocupa la vida doméstica, se instala esa paranoia del que sabe que la sufre, pero también que le persiguen. De ahí la terapia imprescindible de estas páginas, para conocerse, para soportar cada minuto, para intentar, ejerciendo un oficio del que está enamorado, poner en orden las cosas, a falta de una palabra mejor que abarque los acontecimientos de la vida.

Fuente: Culturamas

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