miércoles, 25 de octubre de 2017

EL JOVEN MONCADA

El joven Moncada
Alexander Lernet-Holenia
Traducción de Adan Kovacsics
Minúscula
Barcelona, 2006
148 páginas
15 euros

Oxígeno para la comedia

¿Puede una comedia ser una obra maestra? Si uno dedica un tiempo a revisar las novelas que podría catalogar como obras maestras, incluso las obras de teatro de ese calibre, rápidamente cae en la cuenta de que la casi totalidad son tragedias o, todo lo más, tragicomedias. Cabe preguntarse, en consecuencia, qué sucede con la literatura, con la narrativa. ¿A qué se debe ese ajuste dramático entre las intenciones y la escritura?
Probablemente no sea este terreno, destinado a reseñar libros, el hueco oportuno para debatir acerca del asunto. De hecho, en tan breve espacio es bien difícil alcanzar ninguna conclusión, y mucho menos razonarla. A no ser, claro está, que uno posea las dotes de aforista de Canetti o Cioran. Sí que debemos justificar esta reflexión ocasionada por la lectura de esta gratísima sorpresa, El joven Moncada, que aterriza avalada por una de las mejores editoriales de nuestro país: Minúscula. ¿A qué se debe que uno no se atreva a igualar esta comedia con lo mejor de la literatura? La respuesta cabe buscarla en la historia y las influencias de las que bebe, tan a la luz para el lector. Si la estructura se asemeja a las obras con carambolas de Shakespeare, los momentos en que se detiene la acción principal para encajar una más corta nos remiten a Cervantes; los personajes están sacados de la mejor picaresca, con alguna vuelta de tuerca muy inteligente, muy sutil, cargando de un ingenio socarrón los diálogos de manera que, sin que estemos convencidos de que fuera esta la intención del propio Lernet-Holenia, nos acerca a Groucho Marx. Podríamos indagar más en los orígenes literarios de estos personajes vividores, estafadores, o en las regiones narrativas que agrupa, desde la novela itinerante al enredo claustrofóbico. Pero ese juego lo dejamos para el lector, y confiamos en que sean muchos los lectores que participen de él. Sólo pretendíamos insinuar que ese flujo que nos conduce a lo ya leído es lo que priva a la novela de una catalogación superior.
El joven Moncada es una obra que nos habla sobre la conveniencia de tomarse la vida en serio, proponiendo que cualquiera tiene capacidad para transformar hasta las miserias en una fábula desternillante o que al menos nos gratifique con una sonrisa. Ahora bien, para alcanzar el objetivo cabe exigirse una locuacidad vivísima, producto tanto de la rapidez mental como de la observación de la vida cotidiana, de la experiencia del día a día. Todos los protagonistas, españoles vistos por un autor austriaco que homenajea a la literatura clásica de nuestro país, poseen una capacidad de análisis extraordinario, y también de deducción, inducción o generalización. Desde Juan Moncada, un joven irónico, arrojado y enamoradizo, al anciano Moncada, un aristócrata indispuesto a la hora de tocar fondo. Y cada uno de ellos elabora sus propios planes para salir adelante económicamente, sin trabajar y engañando con una travesura sin maldad, o al menos sin transmitir maldad en el tono en que está escrito el libro.
Maravillosos los diálogos de los que no nos resistimos a presentar algún ejemplo: “-¿Cuál es su formación académica? –Bueno, no está mal. Gané un partido de cricket y un campeonato de pesca en el Guadalquivir”. “-¡No me diga que aún hay gente en el mundo dispuesta a hacer una reverencia ante la diplomacia –exclamó Cortes (se trata de un embajador)”. “-La necesidad de tener dinero llega hasta las clases más bajas… (pronunciado por un duque arruinado)”. “-Yo jamás preveo mis decepciones. Si las previera no serían decepciones, claro.” Pero fuera de contexto las frases tal vez pierdan su gala. Mejor será que se animen a leer la novela.


Fuente: Tribuna/Culturas

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