miércoles, 11 de octubre de 2017

JUEGOS DE PAREJAS

Juego de parejas

Asdrúbal Hernández
Barcelona 2002
216 páginas
14 euros


¿Qué cabe aportar a lo cotidiano y a lo imprevisto con que se nos anuncian las dieciocho historias que componen este volumen? La tradición que maneja estos parámetros para reflejar temas como el aburrimiento de vivir, el desencuentro combinado con la soledad, o esa rutina de la convivencia que con más o menos éxito ha sustituido al amor, ha cuajado en los últimos cincuenta años de la literatura mundial gracias sobre todo al empuje de ciertos autores americanos. ¿Por qué insistir?, o por decirlo con más precisión: ¿para qué insistir? Hacerse esta pregunta frente a este libro equivale casi tanto a preguntarse qué utilidad tiene leerlo. Yo diré qué provecho he sacado del libro: encontrar un cuento titulado “¿No es alucinante?” de mérito indudable. Se trata de una historia en la que el autor parece entender a la perfección como funciona la mente de una muchacha de trece años sin necesidad de aburrirnos con descripciones emocionales por parte del narrador. Es un cuento muy sencillo en el que el autor se cuestiona qué es la verdad de la realidad si, al fin y al cabo, ésta siempre tiene que pasar a través de la mirada de un sujeto. Tal vez sea una lástima que este cuento esté situado en el puesto dieciocho, rodeado de los mejores relatos del volúmen: “Tan tonto como pueda uno serlo”, “Maullidos” y “Vino francés y alimentos congelados”. Claro que en ningún lugar está escrito que sea obligatorio seguir la secuencia propuesta en un libro de cuentos. En este caso parece que los primeros está ahí situados por lo original del planteamiento: una mujer sale a correr de madrugada y descubre que todas las hojas de los árboles se han caído esa noche; una familia compra una cría de boa que nadie quiere quitar del jardín para meterla en casa. Son ideas de impacto que dan lugar a situaciones resueltas con tenue entusiasmo, situaciones que tal vez hubieran merecido mayor atención, es decir, más páginas. Me atrevería a decir que la primera de ellas funcionaría muy bien como inicio de una novela. Entre estas situaciones y el divertimento final, Asdrúbal Hernández hace desfilar episodios que contienen, cada uno de ellos, una buena idea: el impacto de descubrir a un extraño en el jardín, la memoria del anciano que se no sale a esquiar, el hombre despedido por telépata, el guarda de seguridad que lee poesía, la depresión de origen edípico, el arquitecto funcionario que ignora cómo ser para ser feliz, o el miedo a la inminente visita a un velatorio. Con todo, una sola idea no es suficiente para que los cuentos destaquen por su originalidad y composición. Merecían más atención por parte del autor, porque escribir en distancias cortas, algunas de tres páginas, es también una cuestión de paciencia. De mucha paciencia.

Fuente: Lateral

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