Speed
Las tres grandes
paredes norte de los Alpes en tiempo récord
Ueli
Steck
Con
Karen Steinbach y fotografías de Robert Bösch
Traducción
de Pedro Chapa
Desnivel
Madrid,
2017
200
páginas
El
tiempo no existe. El tiempo no es una dimensión. Existe, eso sí, el cronómetro,
el reloj, el calendario. Pero el tiempo, la sensación del paso del tiempo no se
mide. El alpinista suizo Uelli Steck (Emmental, 1976) confiesa que sus pasos en
el mundo vertical son una meditación. Es decir, todo lo contrario a sentir que
el tiempo está pasando. Reinhold Messner, Christophe Profit o Walter Bonatti,
reconocen e identifican la misma sensación. Muerto el tiempo, uno dispone a su
antojo de los días y de las noches para respirar, para reconocerse, para
atender a sus sensaciones y sentimientos, para vivir o para amar. Una de las
formas más eficaces de anular el tiempo consiste en cambiar el sentido del
mundo. El hombre está diseñado para un mundo horizontal. ¿Qué ocurre si el
suelo se transforma en una vertical? Ocurre que uno no está como para andar
preocupándose del tiempo y de la mierda que es mirar constantemente al reloj o
las cifras del calendario.
Si
esta esto es lo más parecido a la felicidad que se está a nuestro alcance, ¿qué
hace Steck batiendo los récords de velocidad en las paredes norte del Eiger,
las Jorasses y el Cervino? Lo que hace, paradójicamente, es evitar la maldad
del cronómetro. O se entrega a ese proyecto, o dispone de tiempo de sobra como
para mirar al reloj una y otra vez. Porque Steck tal vez sea el alpinista más
fuerte y técnico de la historia. En este libro, una buena parte está escrita
para incondicionales. La relación de las tres actividades es una detalladísima
descripción de materiales, entrenamiento, confrontación, técnicas de escalada
mixta, resolución de problemas, etc. Muy entretenido para quien esté
familiarizado con el lenguaje. También porque expone su estrategia para
afrontar el reto, tanto física como psicológicamente.
Pero
el libro no termina ahí. Entre las relaciones de sus escaladas, se incrustan
unas entrevistas y tres conversaciones. La primera con la única persona que le
puede disputar el título de mejor alpinista de la historia, que es Messner.
Pero sus planteamientos de vida son muy diferentes. El lector reconocerá cierta
tensión en el diálogo, porque uno de ellos no es inmune a los celos. La segunda
con Profit, el alpinista que encadenó en un día las tres grandes paredes norte.
La conversación es más abierta, más de igual a igual, más amistosa. La tercera,
el encuentro con Bonatti, es una delicia en la que el tiempo demuestra que no
es una dimensión. La sensación que da es que los años hacen un extraño looping
y el presente, con su material tan especializado, se encuentra con la
melancolía de un tiempo en el que todavía existía la aventura a pie de ruta.
Para reconocerla, no era necesario afrontar proyectos tan inauditos, tan
admirables. Antes la aventura era descubrir, ahora es dificultad.
Por
lo demás, en el libro surgen temas clásicos, a saber: el egoísmo, la atracción
por pasarlas canutas, la tenacidad o la obsesión y la frontera entre ambas, la
civilización, ese engendro que nada tiene que ver con Steck y, si nos ponemos a
ello, nada tiene que ver con ninguno de nosotros, por lo que agradecemos a
Steck que nos ponga voz, el amor a la soledad o a los amigos, la intuición como
hija de la experiencia, que salva vidas en la montaña, el placer, el placer de
tener sueños. Y ese sueño, ese deseo de estar fuera del sistema. Cuando el
sistema es tiempo como dimensión, y también los acuerdos mediáticos. En realidad,
el sistema es poco más que eso. Y las grandes paredes norte de los Alpes, todo
lo contrario. Por lo tanto, son una celebración.
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